Trova y algo más...

lunes, 31 de agosto de 2009

Alí, niño del agua...

Digamos que la noche (el reloj marcaba como las dos de la mañana) era una de las más lluviosas de la temporada: el agua se metía por la puerta de la calle y ahí andábamos todos con los pies bien mojados porque el nivel ya había subido algo más del tobillo.

Era sábado y también era 31 de agosto de 1985, y la Araceli parecía una soga con nudo en medio: flaquita como un fideo y a punto de parir; mientras que yo era la viva imagen de las imágenes medio muertas de espanto que no saben qué hacer, como todo el montón de papás inútiles que, por más brillantes que se crean, en tal situación se vuelven un cero a la izquierda, una Biblia sin Jesús, un reloj sin manecillas, una lámpara sin luz... como triste personaje de bolero ranchero, ni más ni menos.

El caso es que dando tumbos en medio del agua, en una góndola que más parecía combi navegando por entre los baches de aquella Venecia ranchera, llegamos al hospital a cumplir con el ancestral ritual de recibir a un nuevo ser como lombriz, por lo largo y cabezón, que se adelantó a su tiempo... pero nomás dos meses, y que con los años habría de llenar de risas y tamborazos no sólo la casa de chocolate que habitábamos a medias, también nuestras existencias que carecían de un baterista particular.

Así llegó, aquella noche en aquella agua con aquella prematurez sietemesina, el Alí Zamora Ruiz, un niño azul que tuvo que ser colocado en la incubadora unas cuantas horas para que dejara la tonalidad desabrida y maicolyacksonesca, y adquiriera un pigmento más humano, con un color rosado tirándole a corte de carne a medio asar bajo las lámparas de aquel adminículo extraño, y fuera tomando la forma de Tortuga Ninja Adolescente Mutante (¿Donatello? ¿Miguel Ángel? ¿Rafael? ¿Leonardo? ¡yo qué sé!), rasgo que tuvo los primeros 14 años de su vida (y también de bajada) hasta que le dio por volverse rockero Torment mezclado con karateka futbolero...

En fin: por ahí, en las calles de Los Ángeles, andará el Alí ahora buscándole rumbo a la vida, tratando de encontrar entre tanta podredumbre un poquito de luz para amasar la noche, y hasta allá le hacemos llegar los pedazos de nuestro corazón que tienen su nombre de tres letras pero de millones de risas y abrazos... hasta allá...

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Niño azul,

allí donde estás y llegaste,

Alí,

¿quién te hubiera esperado tanto

y no besarte ahora

y no tomarte ahora entre las alas

de este amor y de estos pasos y de estas ganas?

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Niño azul

que estás llenando lentamente

el hueco que ocupas

entre el frío de las calles

y las paredes descascaradas de mi alma.

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¿Cómo no quererte,

cómo no dibujar tu rostro en mis mañanas,

cómo no irme y volver con el mismo deseo de vivirte,

de recuperarte,

de estallarte en cada hueso mío

y en cada medida exacta de mi sangre?

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Niño azul,

que llevas sin saberlo

lo mejor y lo peor de mí.

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