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jueves, 20 de agosto de 2009

La corrupción es inaceptable siempre...

Le decía que la corrupción en México es resultado de la recuperación del patrimonialismo gracias a la Revolución. Se le llama patrimonialismo a la creencia de que un puesto público es propiedad de la persona que lo obtiene...
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Este sistema era así, efectivamente. Durante ese largo período que llamamos Edad Media, el puesto lo obtenía una persona que había ganado el favor real por su destreza en el combate, o incluso en contra de la voluntad del rey.
Después del siglo XVI, y prácticamente hasta inicios del XIX, los puestos en el gobierno se compraban, porque de esa manera el Estado garantizaba un ingreso, y a cambio permitía al comprador utilizar el puesto para obtener la máxima ventaja posible.
A partir del siglo XIX (antes en el caso de algunos países), esta concepción del trabajo público se fue sustituyendo por la versión moderna, en la cual el puesto de un funcionario es simplemente un espacio administrativo, bien definido en las reglas. Este proceso de cambio del patrimonialismo a la burocracia moderna ocurrió a diferentes ritmos en diferentes lugares. En América Latina, prácticamente inicia en 1870, cuando la globalización de aquel entonces nos permite hacer un primer esfuerzo de modernización ya como naciones independientes.
En México, sin embargo, este proceso se vio interrumpido cuando Porfirio Díaz se negó a transmitir el poder de manera inteligente, y abrió con ello un periodo de inestabilidad que terminó con una guerra civil debido al asesinato de Madero a manos de Huerta. Esta guerra civil provocó que quienes ganaron por las armas los puestos públicos los consideraran como de su propiedad. Regresamos al patrimonialismo. Ésa es la razón por la cual nuestro país tiene una fama de corrupto prácticamente sin parangón entre las naciones que tienen más de un siglo de antigüedad.
El patrimonialismo, que al estar fuera de su tiempo se convierte en pura y simple corrupción, fue el elemento aglutinador del régimen de la Revolución Mexicana. Había corrupción para todos, grandes y pequeños. Se trataba de obtener ventajas mediante el acceso a un espacio gubernamental. No hay duda de que mientras más alto el puesto más grande el patrimonio, pero no crea usted que sólo los grandes políticos han vivido de la corrupción.
Son millones los mexicanos que han obtenido ventajas por ingresar al gobierno. Es el caso de quienes tienen su plaza en los sindicatos de gobierno (SNTE, IMSS, CFE, Pemex, Luz y Fuerza, ISSSTE, etc.) que tienen una ventaja sobre los demás por trabajar para el gobierno, y no es una ventaja menor. Ganan, en promedio, el doble de quienes trabajan para las empresas privadas, tienen prestaciones que superan ese margen, y cuando se jubilan obtienen pensiones que suelen estar entre dos y cinco veces por encima de un puesto similar en la iniciativa privada. Para que no quede duda de que consideran su puesto como de su propiedad, heredan su plaza a sus hijos o sobrinos. Y no hablo de unos cuantos corruptos, sino de prácticamente 4 millones de mexicanos. No tengo duda de que ellos no se ven a sí mismos de esta manera, y que muy probablemente se molesten con este columnista, pero si la corrupción nos parece algo inaceptable, es inaceptable siempre, y no nada más cuando lo hacen otros.
La cantidad de dinero que estos 4 millones de mexicanos obtiene, sin haberla ganado, supera por mucho la corrupción de los grandes políticos. Porque al ser tantos lo poco que les toque resulta mucho. Pero los grandes políticos logran amasar fortunas que duran varias generaciones. Es posible rastrear las construidas por Álvaro Obregón, Aarón Sáenz, Plutarco Elías Calles, Abelardo Rodríguez, por mencionar a la primera generación. También se puede dar seguimiento a los grandes empresarios de aquellas fechas que se asociaron con los distinguidos políticos que he mencionado para mantener su riqueza y acrecentarla: antiguos porfiristas, nuevos revolucionarios, magnates locales. Si lo hace, tendrá usted una lista casi íntegra de nuestra aristocracia actual (alguno ha de faltar). Todos hicieron uso de los puestos del gobierno para obtener su riqueza. Unos porque ocupaban el puesto y otros porque se hicieron socios de ellos para aprovecharlo. Hubo cientos de formas para esta corrupción: deslinde de terrenos, construcción de carreteras, licitación de concesiones, privatizaciones y nacionalizaciones. En todas hubo redistribución de riqueza, de nosotros a ellos.
Si somos honestos intelectualmente, no nos quedará más que aceptar que la corrupción ha sido un elemento fundamental de la legitimidad del Estado mexicano. Precisamente por eso no se puede argumentar que un gobierno corrupto no es legítimo, y por tanto no se le deben pagar impuestos. Se puede, sin duda, decir que esto es ya inaceptable, y que si el gobierno quiere más impuestos le vamos a exigir el fin de la corrupción, en lo humanamente posible. Pero eso implica que aceptemos que el patrimonialismo se termina en todo nivel: no más plazas heredadas en los sindicatos de gobierno, no más pensiones superiores, no más prebendas ni privilegios. Y si esto queremos, hagámoslo en todo sentido: no más diferencias frente a la ley, no más manifestaciones públicas para impedir el Estado de derecho, no más uso de las placas políticas para vivir por encima de la Ley.
¿Puede México dejar atrás la corrupción? ¿Puede convertirse en un país moderno? Hay 4 millones de mexicanos, incluyendo a 32 gobernadores, que tienen la respuesta. Hay unos pocos miles de empresarios, unas decenas de miles de profesores universitarios, unos cientos de periodistas, que tienen la respuesta. Ahora ya sabe usted a quién debe preguntarle por el futuro de México.
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Macario Schettino. "Los corruptos".
ElUniversal.com.mx (20-agosto-2009)
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