Con tanta interferencia mediática, no pocas veces dolosa e irresponsable, la percepción de los ciudadanos sobre los acontecimientos sociales y políticos suele caer en el equívoco.
Esa influencia invasiva, poderosa y constante, contribuye a deformar lo que denominaríamos una visión objetiva de la realidad, o, sin caer en tal rigor, lo más cercano a esa posible objetividad.
Lo sabemos: el cristal con que se mira, sobre todo cuando corresponde a los medios de comunicación, no es precisamente el lente de una cámara que reproduce la realidad tal cual es.
Ya lo han dicho renombrados teóricos y pensadores contemporáneos, McLuhan y Sartori incluidos.
No es de extrañarse, pues, que la mayor parte de los ciudadanos nos hayamos creado una idea falsa y errada de la actuación de los dueños y gerentes de la empresa en cuya guardería, donde se albergaba a los hijos de los trabajadores, ocurrió recientemente un incendio de fatales consecuencias.
Las cosas no son como la población ignorante cree y como algunos malintencionados medios de comunicación las han presentado.
En realidad el desempeño de quienes hemos considerado responsables de la tragedia ha sido un ejemplo cabal de sensibilidad, de humanismo, de solidaridad, de conmiseración, de conciencia del deber.
Esas virtudes comenzaron a palparse a partir de la agilidad con que se actuó en cuanto ocurrió la catástrofe; gracias a ello se evitaron consecuencias aún peores que las descomunales que se están padeciendo.
Estamos, señores, ante una lección histórica de uso del poder para la protección y el beneficio popular.
En cuanto los gerentes de la empresa fueron notificados del incendio, inmediatamente, presos de gran preocupación, desesperados, embargados de impotencia e incluso de un pavor producto del impacto inusitado de la noticia, se trasladaron al lugar; en el trayecto, tanto ellos como sus acompañantes llamaban por teléfono, radio y cualquier otro medio de comunicación que estuviera al alcance, a subgerentes, jefes de departamento, encargados de área, empleados, para que se congregaran en el sitio: todos, todos debían abandonar sus labores.
Ni en la empresa ni en el mundo había algo más importante en ese momento.
La idea era organizar con rapidez comisiones para atender a las víctimas en todo lo que requirieran.
No se trataba de entorpecer con una nueva aglomeración la diligente labor de los bomberos, de los empleados de la guardería, de los policías, de los voluntarios, sino de realizar, a unos metros del incendio para palpar el pulso de la situación, la primera de incontables reuniones de trabajo que se tendrían a partir de entonces y que no han cesado hasta el día de hoy.
Desde ese instante, toda la experiencia que había llevado a los empresarios a erigir su gran capital económico, toda esa inteligencia, esa capacidad, ese tino, esa destreza, esa amalgama de estrategias que los había conducido a amasar su gran fortuna, toda esa fuerza ya probada, fue enfocada y aplicada en la atención del conflicto.
Si en los negocios habían sido exitosos, ¿cómo no demostrar esa competencia en un escenario que involucraba vidas humanas, en el que habían fallecido decenas de niños y habían quedado afectados de por vida varias decenas más?
Se ordenó abrir un expediente de cada una de las familias, en el cual se consignaría, día por día, todo lo relativo a sus condiciones de salud, económicas, materiales, psicológicas, emocionales, espirituales, y con base en ese documento se canalizaría a los niños a los lugares más idóneos para su debido cuidado y recuperación; se ordenó traer de urgencia a los mejores especialistas en tratamientos de quemaduras del país, a los mejores neumólogos pues no faltó quien supusiera que los niños habían inhalado peligrosos gases tóxicos durante el siniestro, y a un equipo de tanatólogos pues no había que descuidar el soporte espiritual; se ordenó establecer contacto con organismos nacionales e internacionales dedicados a la atención de niños quemados para atraerlos a la ciudad o bien para canalizar a los infantes a sus sedes; se ordenó formar grupos de trabajo constituidos por médicos, enfermeros, trabajadores sociales, psicólogos, tanatólogos y sacerdotes para atender a las familias; se nombró un coordinador para cada grupo, quien daría seguimiento a la atención puntual de todas las necesidades advertidas; se ordenó constituir una comisión mediadora entre las madres y padres de los niños y sus patrones inmediatos para evitar problemas laborales por la ausencia de aquellos en sus trabajos.
Lo más importante era la salud de los niños, por lo que los gerentes mayores ordenaron anotar en cada expediente, paso por paso, día por día, la situación particular de cada menor: ellos supervisarían personalmente los documentos.
Se instó a todas las instancias involucradas a no escatimar en gastos: la empresa cubriría todo.Paralelamente, los gerentes no se deslindaron de la parte legal: ellos se encargarían de coadyuvar a que se cumpliera la ley.
Estaban consternados, también tenían hijos y se ponían en el lugar de los padres de los niños.
Se aplicaría la ley sin distingos, sin importar los lazos (familiares, amistosos, laborales) que tuvieran con los posibles responsables.
Se trataba de un acontecimiento histórico por lo que comportaba de injusticia, de crueldad, de atrocidad, de desmesura, de ahí que su papel también habría de ser considerado histórico.
Sin embargo toda la fase de ayuda, de apoyo, que como se ha dicho inició prácticamente junto con la tragedia, no estuvo salpicada de miedos, temores o recelos sobre en quiénes recaería finalmente la mano de la ley.
En ese momento no importaba quién sería después declarado legalmente responsable, lo importante era atender el problema en lo inmediato, con la mayor solidaridad posible.
No era para menos.
Como en buena parte de la población, ocurrió un sacudimiento en la subjetividad de los gerentes: a ellos también les cambió la vida.
El acontecimiento ocurrió en su territorio, los niños fallecidos eran sus niños, las familias afectadas laboraban en sus cotos.
Era la oportunidad para demostrar el calibre de su condición humana.
Ni por asomo se les ocurrió la vulgaridad de comenzar a defenderse ni mucho menos especular sobre otros posibles culpables.
En esa coyuntura había que dar cauce a la responsabilidad moral que les competía.
Esto que se ha expresado no incorpora sino mínimamente detalles sobre la ejemplar actuación de los gerentes de la empresa a la que estaba adscrita la guardería.
Gracias a esa capacidad de respuesta, fincada en una hasta entonces no valorada calidad humana, lo que pudo haber sido una debacle de la ya de por sí vulnerada confianza de los empleados en sus patrones, se ha convertido en el motor capaz de transformar para bien el entorno laboral de la empresa, lo que ha sido proyectado de manera natural al contexto social.
Es sorprendente cómo se ha gestado un diálogo de paz y armonía entre superiores y subalternos, situación que no se había visto antes.
El dolor ha sido grande y las pérdidas son irreparables, pero frente a la adversidad los empresarios han extraído lo más pulcro de su conciencia moral y han dado una encomiable lección al mundo.
Primero la solidaridad humana, después el beneficio propio, algo que es casi ajeno a quienes ostentan el poder político y económico.
No, lo que vemos no es siempre lo que es.
Partamos de esta lección de vida y humanismo y creamos, ahora sí, que otro mundo es posible.
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"La verdad sobre el caso ABC".
Guadalupe Beatriz Aldaco, Dossier Político, 13-08-2009.
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