Trova y algo más...

miércoles, 7 de octubre de 2009

Aquí donde no pasa nunca nada...

1. No sé: aquel día yo manejaba acalorado por la carretera, solitario, sumido en el monólogo gris que suelo rumiar cuando viajo. Me esperaban en Ciudad Obregón para charlar sobre literatura sonorense, ésa que se está escribiendo a diario en los rincones simples de la realidad.
La efervescencia política estaba en su apogeo: hacía escasos cuatro meses que habían nombrado al candidato presidencial del PRI, y todavía no se veía por dónde podría arribar a tan alto cargo. Los días entonces pasaban lentos, como se deslizaban los kilómetros bajo mi viejo Toyota regularizado.
Uno nunca sabe qué chispa enciende a la imaginación, y el caso es que al pasar por un llano extrañamente poblado de maleza, me dije "¿y si alguien se emboscara detrás de los matorrales y disparara sobre el candidato cuando pase por esta carretera en su despliegue de poderío, de fuerza acumulada durante tantos años, en busca de la aceptación popular?"
De inmediato deseché la idea, la imagen del candidato desfalleciente, el temblor súbito del país, el dolor encontrado, inmenso, soportado, y puse más atención al camino. Un par de curvas y después una largo trazo recto me acechaban como fiera oscura e hirviente.
"En este país nunca pasa nada", pensé y canturrée junto con Víctor Manuel: Aquí donde no pasa nunca nada, llenaron de basura la esperanza... y acometí los kilómetros con cierto nerviosismo: casi eran las cinco de la tarde.
Era el año electoral: "1994, año de la generación del cambio", podía leerse y escucharse y respirarse en un ambiente cada vez más opresivo: año de grandes miserias, del desempleo demoledor; año de jóvenes en busca de su futuro, de pensionados marchitos por la incongruencia absurda de un puñado de monedas a cambio de toda una vida de servicio, caldo de cultivo de la agonía.
Era 23 de marzo, y hacía calor.
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2. Cuando llegué a Ciudad Obregón, eran las 5:20 de la tarde. A las siete sería la plática. Pero uno nunca sabe...
Llegué a un hotel, me recosté y repasé mentalmente mis notas: motivos y motivaciones, autores, personas y personajes que han hecho de la literatura sonorense un quehacer dignificado. Después encendí el televisor y al fin lo supe: Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI, había sido víctima de un atentado en Lomas Taurinas, un barrio popular de Tijuana. Su estado de salud era bastante grave, pero estable. Había un detenido y varios sospechosos...
Claro que me estremecí. Y empecé a vislumbrar la idea de que en este país sí ocurren cosas que afectan no sólo al sistema político y a naciones enteras, también a los pequeños, elementales, minúsculos seres que somos: todos los días alguien, de su lecho rico e inalcanzable o del camastro sucio o del suelo vil, se levanta con el loco anhelo de trascender como sea, de pasar a la historia de cualquier forma, de imprimir su nombre en la lista del porvenir. Es entonces cuando nos damos cuenta de cuan frágil es la naturaleza humana, de que nuestras vidas penden de un hilo infinitamente insignificante, de que en cualquier segundo pueden borrarnos de un manotazo despreciable sin el mayor esfuerzo... y acaso sin sentido alguno.
A las siete de la tarde de aquel día, cuando ya el atentado contra Colosio se había divulgado, oficializado con su muerte, tuvimos una sesión sombría, sin respuesta de aquel público que tal vez había cifrado su esperanza en aquel hombre de 43 años a quien los expertos del sistema habían catalogado como la única posibilidad que había de combinar un pensamiento mancomunado entre los grandes trazos de la economía y la atención de las necesidades de los desvalidos.
La charla se fue diluyendo en una espesa escarcha impregnada de tristeza, y al cerrarse la noche, el silencio amortajó a los colosistas sencillos y tiernos, abiertos y amables, limpios y auténticos, con un manto gris que se desangraba desde una fría losa de un hospital de Tijuana...
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3. Han pasado ya 15 años desde entonces.
Y aquel individuo que en su primera intervención como candidato propuso "una amplia y profunda reforma social, porque tal es el desafío de este fin de siglo para México", no está ya más en este país de sueños y tristeza; no sale de su casa a visitar a sus amigos, no despacha en su oficina, no come con sus padres, no besa a sus hijos, no le llora a su esposa, no se enamora del olor de los azahares de primavera ni cuenta las estrellas de las noches cálidas de mayo.
No está más aquí, en la dureza de esta tierra que nos ha permitido con nobleza transitarla, habitarla, mancillarla con la sangre de nosotros mismos.
Han pasado ya 15 años, y aquel que confesó con calma "He recorrido el país, he visitado sus más recónditas regiones. Conozco su gran potencial y sé de sus necesidades. Provengo del norte pero también me reconozco en la gran fuerza del centro y del sur del país; conozco los grandes valores culturales de sus hombres y admiro su talento y creatividad", sigue ausente en las arrugas amargas que surcan el rostro de pobreza de los ancianos arrojados a las calles del olvido, sigue siendo una señal cada vez menos luminosa en el clamor de los trabajadores que ven con desesperación que el salario se desvanece como la esperanza, sigue representando el ánimo deshilado del puñado de verdaderos apasionados por la patria que cada 23 bloqueaban los caminos del olvido y abrían las puertas de la impunidad, se asomaban y buscaban en el interior de esa maloliente alcantarilla un poco de justicia para morirnos todos en paz de un jalón y para siempre...
De aquel 23 de marzo a este día, la única certeza que se tiene es la muerte de Luis Donaldo Colosio; por lo demás, sigue habiendo un detenido, varios sospechosos y los expertos del sistema han encontrado que el hombre de Los Pinos -ese que el 28 de noviembre de 1993 declarara estar realmente muy satisfecho: tenemos realmente un extraordinario candidato en Luis Donaldo Colosio, un candidato de primera línea- "también representa la posibilidad de combinar un pensamiento mancomunado entre los grandes trazos de la economía y la atención de las necesidades de los desvalidos..."
En fin: aquí donde no pasa nunca nada, llenaron de basura la esperanza, como cantara Víctor Manuel...
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