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martes, 6 de octubre de 2009

El ejercicio de imaginar lo descrito en los libros…

Alguien dijo en cierta ocasión: Todos sabemos que el mundo de los libros es necesario para alimentar nuestro ser espiritual; con los libros le damos forma a nuestras ideas y color a los sentimientos; con los libros alcanzamos estaturas insospechadas y llegamos a las más bajas profundidades de las pasiones humanas; con los libros volvemos a ser niños en la aventura formidable de tantos cuentos que alguna vez leímos y que ahora nos toca releerle a nuestros hijos.
Pero “el mundo de los libros” es casi siempre un lugar virtual construido de buenos deseos de gente solitaria o instituciones abandonadas a la buena de dios que buscan transmitirles a los niños la pasión por los libros y la lectura, la secreta esperanza por un mundo cada vez mejor basado en toda la sabiduría disponible en los libros.
Como sabemos, es imposible que unas cuantas instituciones o un puñado de gente bienintencionada se echen a cuestas la pesada tarea de prodigar el amor por los libros, por la lectura, por el cuidado mismo que se requiere para tomar el libro entre las manos, abrirlo y dejar que el universo se reacomode cada vez que un niño lee un poema o echa a andar sus pasos por los pasajes de nuestra historia o imagine el mundo que le tocará compartir dentro de treinta o cuarenta años.
Sin embargo, el libro y la lectura son parte de un precepto fundamentalmente humano, que es la construcción de una mejor calidad de vida para todos.
Sabemos que en el mundo globalizado que vivimos hay muchísimas asignaturas pendientes en el orden de lo social y lo económico, y nuestro país no es la excepción.
Sabemos que con hambre o injusticia no hay libro que valga.
Pero también tenemos claro que ese no es pretexto para no hacer nada a favor del libro y del fomento de la práctica de la lectura, porque justamente en ese contexto, marcado por la internacionalización en todos los ámbitos de la vida, es necesario promover el reconocimiento y orgullo por lo propio, que es también nuestro aporte al mundo.
Y qué mejor que dejar nuestra huella como parte de un país a través de los libros, porque el libro es una plaza abierta, la llave que abre todas las puertas de la maravilla; es el medio de identificación de un sujeto con una idea, con el pensamiento, con la imagen; es un cerebro que habla, un alma que perdona.
Los libros son perspectivas diferentes de la vida o variaciones del mundo en el que estamos inmersos.
Son obras que provienen de mentes creadoras que nos permiten compartir parte de su ser.
Y si lo destruimos, el libro es un corazón que llora.
Aunque en la actualidad existen formas novedosas de acercarse a la literatura, escuchar o ver historias en lugar de leerlas, habremos de coincidir en que no hay nada que se compare con el gusto de leer lo que uno quiere y dar vuelta a la página en el momento en que se desea.
Tampoco hay nada que se iguale al ejercicio mental de imaginarse lo descrito en un libro, porque de esa forma, cada cual tiene su propia y única versión de lo que está leyendo.
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Existe el lamento generalizado de que los jóvenes no leen.
Habría que ver que también existe una alta cifra de adultos que no practican la lectura, y tan lamentable es lo uno como lo otro.
Porque de los 2,280 títulos diarios que aparecen en el mundo, potencialmente existiría al menos un lector para cada libro, y que alguien no tenga la oportunidad de leer un libro es una tragedia porque puede estar perdiendo la oportunidad de adquirir una nueva y mejor visión del mundo.
¿Acaso no dijo Publio “El Viejo” que no hay libro, por malo que sea, que no contenga algo aprovechable?
Es una suerte que dispongamos de libros suficientes que, leídos en voz alta o baja, se conservan.
Y no temamos nunca a la aparición de nuevas tecnologías que en apariencia vendrán a restarle campo a los libros y a la lectura.
Las computadoras no obstaculizan el camino del libro, pues de cualquier modo el alejamiento de él ya existía.
Lo peor que podemos hacer es creer que las nuevas tecnologías son nocivas para la práctica de la lectura y el desarrollo de la creatividad, porque nos negaríamos entonces a la posibilidad de que pueden resultar atractivas e impulsen un verdadero proceso de creación.
Y porque cortaríamos de tajo la maravillosa opción que nos ofrecen los libros ante las propuestas del ocio improductivo…
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