Trova y algo más...

viernes, 2 de octubre de 2009

La amnesia que el sistema nos tiene prometida...

Si Usted me lo permite, lector amigo, abramos un poco las páginas de nuestro pasado reciente para poder explicarnos el movimiento aquel que, en nuestro país, marcó un parteaguas que aún no es resuelto satisfactoriamente.
Los estudiosos señalan que en los sesenta, el crecimiento poblacional provocó el aumento paralelo en la matrícula escolar de los niveles medio y superior.
Para aliviar el problema, el Presidente López Mateos duplicó el gasto educativo (de 52.35 a 106.59 pesos per cápita) entre 1960 y 1965; sin embargo, sólo el dos por ciento de la población tenía acceso a la educación superior.
Los expertos han señalado que los universitarios han sido siempre un sector privilegiado.
En 1960, en la Unam, 77 por ciento eran de clase media y sólo el 18 restante eran hijos de obreros y campesinos. Mantenidos por sus familias, en su mayoría nada tenían que perder. Se sentían con toda la fuerza para cambiar el mundo.
El choque generacional enfrentó a adultos conservadores (“¡Que se pongan a estudiar!”) y a jóvenes que buscaban una opción social distinta (rock incluido: ni soñar con la vida en la cárcel).
Detrás estaban la internacionalización de la cultura y el destape de la crisis de la revolución mexicana provocada por la represión de 1958 y el ejemplo cubano.
Las generaciones jóvenes tomaron conciencia de la injusticia social, vivían la evidencia hiriente de una minoría privilegiada ante una mayoría marginada. Fueron el sector que sufrió los cambios más radicales.
Desde 1959, sus lecturas incluían a los existencialistas Sartre y Camus; después se hablaba de las tres emes: Marx, Mao y Marcuse.
Desde una concepción de izquierda, para los jóvenes el Estado Mexicano ya no era revolucionario sino una simple pantalla del imperialismo y la burguesía.
El antagonismo con los granaderos fue otra constante, alimentada por la realidad.
Por su parte, el Estado acentuaba el subdesarrollo político, vigente hasta nuestros días, con una feroz antidemocracia. Los estudiantes fueron el germen de su ruptura.
Las escuelas de enseñanza media resultaban insuficientes: se rechazaban a muchos en las prepas y vocacionales.
Como copias del sistema, las universidades estaban corroídas por la burocracia y la corrupción.
Los movimientos universitarios buscaron mejorar la academia, facilitar el ingreso y democratizar las estructuras internas monolíticas.
En 1966 se creó la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED), que pretendió cubrir todo el territorio nacional.
El camino de los estudiantes hacia el 68 se había iniciado mucho antes, desde su apoyo a maestros y ferrocarrileros (en 1958), a pesar de que entonces no hubo demandas universitarias.
Se formó con las luchas de los campesinos democráticos y los médicos, y ante las represiones sufridas por sus muestras de solidaridad con Vietnam y la revolución cubana, y, sobre todo, con años de luchas entre las mismas instituciones educativas: la Universidad Nicolaíta en Morelia, que en tres años (de 1963 a 1966) fue ocupada dos veces por el ejército; la Universidad Autónoma de Puebla (ocupada en 1964) y la de Sonora (mancillada en 1967).
Dicen que así empezó todo.
Al menos las páginas del libro Crónica Mexicana del Siglo XX así lo consigna.
Y lo demás es una historia por todos conocida: primero fue polvo oculto bajo la alfombra del poder presidencial; después, un rumor que fue creciendo sin parar, y hoy, una mancha en la memoria social de un país que padece amnesia cuando le conviene a los grupos de poder económico...
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