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martes, 6 de octubre de 2009

El deporte: reflejo de vida...

Mucha gente piensa que el deporte se reduce a la cantidad de carreras, puntos o goles que logre acumular un equipo frente a otro. Y en gran medida los malos comentaristas deportivos, como los que abundan en nuestra ciudad, estado y país, han ayudado a que esta idea se haya generalizado.
Pero no: el deporte es una actividad social que tiene que ver mucho con las conductas humanas, con sus pasiones, sueños, esperanzas y frustraciones, además, claro está, del bienestar físico y psicológico de quienes lo practican.
Como actividad humana, el deporte responde a casi todas las situaciones por las que atraviesa el ser: puede servir de medicina o de veneno, según se le necesite, y por ello, cogiendo la segunda opción, algunos desadaptados lo toman como desfogue de sus propias incapacidades o frustraciones.
De ahí que no resulte raro ver a individuos alcoholizados en el Estadio Héctor Espino gritándoles obscenidades a los integrantes del equipo adversario, pero sobre todo a los umpires.
Esa (gritarle barbaridades a los umpires o a los árbitros) es una de las más preclaras características de nuestros pueblos (ya sea Hermosillo, el Distrito Federal, Buenos Aires o la casi olímpica Río de Janeiro): desafiar constantemente a los representantes de la autoridad al grado de retarlos a revolcarse en la inmundicia de la inconsciencia.
Y he ahí otro reflejo de la vida cotidiana: nuestro constante y religioso afán de mandar a freír rábanos a todos los representantes de la autoridad, sean éstos ejecutivos, judiciales o legisladores.
Así que cualquier presidente municipal o gobernador en México bien puede echarle la culpa de todas las lindezas que le endilgan en los medios al deporte.
Y ni qué decir de los diputados y senadores que dejan mucho que desear y el pueblo se los recuerda maternalmente a cada rato: el deporte tiene la culpa. ¿Será? Es posible: recordemos que en un antagonismo reglamentado, como el que existe en los deportes, suelen surgir descalificaciones, pleitos arrabaleros y amontonamientos graciosos que alcanzan su cumbre en las conferencias de prensa que se ofrecen después de los encuentros.
Al igual que lo que sucede en las cámaras de representantes, después de discutir como verdaderos salvajes por cualquier bobería legislativa, se van a compartir la misma mesa en el restaurante a platicar como si el mundo no girara, y en el deporte pasa lo mismo.
Lo anterior, por supuesto, no es privativo de nuestro estado y país: se observa en cualquier latitud del mundo. Es que el deporte es mucho corazón. Como la política, es apasionante al extremo: por decirlo de algún modo, uno bien podría casarse si no con Michael Jordan sí con una de las porristas de los Wizards.
Y ya que tocamos el deporte en Estados Unidos, fácilmente podemos detectar que los deportes que más apasionan a los norteamericanos son el futbol americano y las guerras contra países que interesen ocupar militar y/o económicamente.
Uno pensaría que esto último nada tiene que ver con el deporte, pero recordemos que el deporte, como la literatura y la política (que es una arte menor) es fiel reflejo de la vida práctica y cotidiana que tenemos que desgranar día con día.
Y luego dicen que el deporte no es como la vida. Mmmm...
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