¿Bajo qué piedra de qué continente
cavaste el túnel que atravesó los siglos
para que tu alma y la mía se encontraran
bajo la sombra de los limoneros?
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¿Sobre qué llanura de qué siglo
domaste las bestias que te cargaron
por los aires marciales de las trescientas guerras diarias
que sobreviviste para llegar hasta mis sueños?
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¿Bajo qué luna, sobre qué océano
se escapó un suspiro de tus labios desgajados
y se vino flotando entre tempestades
para anidar en el rincón más profundo de mis huesos?
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¿Cuántos leones venciste en el Coliseo,
qué monstruos marinos derrotaste,
cómo hiciste para esquivar la nave de Caronte
y llegar a mis orillas suavemente como la ola en bajamar?
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¿Cuántas piedras amontonaste,
una sobre otra en la fatiga,
para elevar tu cuerpo,
alzar los brazos
y tocar a nuestro dios bajo los cielos?
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¿Cuántas estatuas cincelaste en el silencio,
cuántas pirámides construiste
en el sopor del verano ceniciento de los siglos
para desmoronarnos como arena de los besos?
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¿Cuántos papas, cuántas cruzadas,
cuántos inquisidores burlaste
para llegar a estas manos que te tocan
y te saben transparente y cálida?
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Y ahora te veo:
tú con los ojos cerrados
durmiendo como guerrero fatigado
con el rostro sereno y la respiración pausada
de quien ha recorrido los caminos de la nostalgia.
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Te veo deshilando los territorios del sueño
después de haber cumplido la palabra
de quien se ha comprometido con la ternura
y ha llenado de flores el alma.
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Siento tu respiración antigua
que viene desde la profundidad de los siglos
y me pregunto
mientras pasan los fantasmas de la noche
cabalgando por las veredas de los grillos:
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¿Bajo qué piedra de qué continente
cavaste el túnel que atravesó los siglos
para que tu alma y la mía
se encontraran bajo la sombra de los limoneros...
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