“Soy un hombre aburrido”, dijo David Beckham el otro día, y por fin entendí que entre este tipo fashion y yo, que también soy fashion nomás que a mi manera, tenemos en común no sólo esa millonada que nos señala como estigma (sólo que a él, de money; a mí, de sueños; de hecho, la fortuna de David se calcula en más de 100 millones de euros; la mía, en igual cantidad pero de deseos: ¿está mal repartida la riqueza en el mundo? sí, pero no lo digan en voz alta), sino también un aburrimiento por todas las cosas tan pueriles de las que somos testigos involuntarios y de las que luego nos quieren hacer cómplices, como si no tuviéramos demasiados problemas con el solo hecho de tratar de sobrevivir dignamente a cada día, no necesariamente como Ulises después de las guerras helénicas, sino como simple héroe de la cotidianidad, héroes como tú y yo, amigo lector.
Porque has de saber que los héroes como yo, que no tenemos guerras que combatir ni océanos que navegar ni dolores que simular vivimos una vida difícil: todos creen que vamos por la vida plantando caléndulas en los bulevares, pero no, estamos siempre listos para cualquier llamado a las armas, para cualquier atentado que evitar, para cualquier agravio que lavar, y vivimos una vida difícil enmedio de tanta paz urbana, necesitamos guerras qué pelear: cuestiones de honor, crímenes sin sentido, invasiones a países indefensos, ofensas gratuitas, lecciones que darle a quienquiera que trate de pasarse de listo.
Los héroes como yo, que no tenemos cruzadas que defender ni continentes que descubrir ni religiones que predicar, vamos por la vida arrastrando la nostalgia por aquellos días en que las grandes naciones se volvían imperios y dominaban todos los rumbos de la rosa de los vientos...
Los héroes como yo, que sobrevivimos con un bizantino salario mínimo, que le debemos todo a todos (a Salinas y Rocha, a Sear's, a Elektra) y que no tenemos con qué ni en qué caernos muertos, vamos por la vida con bizarría inaudita, buscando dragones en cada esquina, sarracenos en los camiones urbanos, princesas encantadas en los escaparates, derechos de pernada en los moteles y usurpadores monacales, para blandir la cerveza cual espada en una cantina maloliente y bulliciosa perdida en el sucio centro de la ciudad...
Los héroes como yo, que amamos mujeres ajenas, hembras de pechos magníficos a la luz de cualquier luna, fotografías silenciosas en la bruma de los años, cuerpos olorosos a sudor entre las sábanas de un miércoles lluvioso, fantasmas desnudos de piel temblorosa al ataque agreste de un estoque furibundo, sabemos lo que es el dolor solitario en la entrepierna de las fantasías...
Los héroes como yo que sólo tenemos una patria, madre fértil que todo nos perdona, vamos por la vida buscando nuevas rutas que nos lleven a otras naciones, a mares ignotos, a huecos salobres para armar un presente decoroso sustentado en un pasado incierto, lejano, perdido en el laberinto del olvido, extraviado en la historia del mundo per secula seculorum...
Los héroes como yo, que un infeliz día tuvimos la certeza de estar en el lugar justo en el momento justo con el arma justa y nos enfrentamos a la vida tardíamente, conocemos el sabor de los naufragios justo antes de que el despertador nos marque las ocho de la mañana de la muerte...
Los héroes como yo, que arribamos tarde a todo, llegamos arrastrando nuestra ruidosa armadura, la mañana de un día cualquiera, al triste escritorio que habitamos la jornada de trabajo de la vida, cuesta arriba cotidiana rumbo al Gólgota de una muerte en el olvido...
Los héroes como yo, que un día sentimos en el oído derecho el soplo imperceptible de la parca, águila prometéica que devora nuestras entrañas cada hora de cada día de la vida, designamos con nuevos nombres a los amigos, a la mujer que nos ama, a los hijos que nos esperan en el rescoldo triste de la noche para armar con cuidado el día siguiente, y quemamos las naves de un pasado glorioso para atar amarras al presente: permanente paso hacia la nada...
Los héroes como yo, que quisimos ser vándalos del sueño a plena luz del mediodía, no tenemos civilizaciones que destruir ni pueblos que someter ni culturas que penetrar ni mujeres que violar ni hombres que decapitar ni niños que mutilar, por eso en el rincón más oscuro del retrete de la vida vomitamos la amargura que nos provoca esta inmundicia que tenemos por corazón...
Tú sabes, ex timado lector, que cuando uno es niño se inventa historias para pasársela bien frente a los demás: mi tío es policía, mi papá tiene un rifle, mi mamá es más bonita que la tuya, yo me saco puros dieces y demás mentiras cuyas raíces se incrustan en un pasado perdido debajo de cualquier pirámide, pero al paso del tiempo aquellas mentiras se vuelven una máscara que nos ayuda a pelear todas las guerras contra la irrealidad que nos han heredado injustamente esos perversos gobernantes que han maquillado el rostro de un país, de un estado, de una ciudad, de un barrio, con la retórica de la demagogia y de un manejo político que beneficia sólo a unos cuantos: observe usted los rostros de los comités de campaña y verá los mismos viejos y gastados rasgos de quienes han venido obteniendo ganancias a costa de la pobretud de los muchos: de la tuya y de la mía, ciertamente.
No nos sirve ser héroes de papel, personajes de literatura que nada más existen cuando alguien los lee o cuando nos invocan para ir a votar. No nos sirve con eso. Acaso es entonces que a la menor provocación se asoma el Beckham que todos llevamos dentro a aburrirse más de la cuenta con esas líneas que canta Joaquín Sabina: Los políticos y sus secuaces son tan pobres que no tienen más que dinero en un país en el que hemos dejado de creer en todo y en todos… a menos, claro, que formemos parte de ese gremio pequeño que todo lo arregla a puertas cerradas, mientras afuera la vida fluye con sus afluentes de mentiras: para decirnos que todo está bien en México, nuestros gobiernos necesitan que venga la Hillary a decirnos con palabras diplomáticas lo que con toda la propaganda masiva, que en sí misma ya es una redundancia, no han podido decirnos… aunque en el fondo ni la Hillary se lo crea ni los gobiernos se lo crean ni nosotros mismos lo creamos y nos perdamos por los caminos de la indecencia como héroes aburridos…
¿‘Tons qué, Beckham: qué te tomas…?