Trova y algo más...

jueves, 17 de septiembre de 2009

Tú si has trabajado toda la vida...

Justo cuando le iba a dar el segundo sorbo a su taza de café, doña Olga, mi madre, pronunció como en un suspiro: “Me siento como cansada”, y más tardó en decirlo que en revirarle el enunciado mi prima Oyuki: “Pos cómo no vas a estar cansada, tía, si tienes como trescientos años… ni que fueras la Puppy Cubillas: tú si has trabajado toda la vida”, y después, antes de quedarse calladita calladita, como si no quebrara una mosca ni matara un plato, remató su intervención con estas aladas y heladas palabras: “Y luego con toda la bola de holgazanes que pariste, pues cómo no vas a estar cansada...”, repitió.
Yo no sé qué piensen mis adorados hermanos de la balconeada de la Oyuki, pero yo me declaro un holgazán; es decir, hijo de Olga, en japonés, el dizque lenguaje de mi prima, que cuando se le bota el chango dice que “le gusta pasar el invierno en Hermosillo no en Tokyo, donde vive”, aunque en realidad nació, creció y siempre ha vivido en Villa de Seris; o sea, que la compre quien le crea…
Yo me quedo con las palabras de mi made: “Me siento como cansada” y el revire de la Oyuki: “… si tienes como trescientos años”. Doña Olga, por supuesto, no tiene 300 años, tiene como 75, con un rango de error de más menos dos días, y claro que se ha de sentir cansada, y mi papá también, que es casi del mismo modelo que mi amá, por la cánida vida que ha llevado, que es el promedio nacional ni más ni menos.
Y es que, como dicen las revistas que no quieren abusar de las palabras políticamente incorrectas, los años no son una enfermedad, pues cuando nos hacemos mayores (o sea, rucos o viejos) nuestro organismo experimenta una serie de cambios, considerados como procesos naturales inherentes al paso de los años, que la mayoría de las personas asimila sin apenas darse cuenta.
No puede negarse que en la vejez aparecen enfermedades, pero ¿qué edad está libre de complicaciones? Uno de los desafíos de envejecer consiste en romper los tópicos acerca del envejecimiento sacando el máximo partido de esta etapa del proceso vital. Según la tercera acepción del diccionario de la Rial Academia Española, envejecer significa durar, permanecer por mucho tiempo, y si es disfrutando de la vida, pues que mucho mejor.
Y es que cumplir años y hacerse mayor, lejos de constituir una faceta sujeta a revisiones médicas, desidia, soledad e inoperancia, debe tomarse como una parte del ciclo de la vida en la que el individuo está totalmente dispuesto a recoger los frutos de su existencia. Pero, desgraciadamente, rebasar la barrera de los sesenta y cinco puede ser para muchos un acontecimiento lleno de angustia, miedos y depresión.
Hay que dejar en claro que todos los individuos podemos alcanzar una edad avanzada con capacidad para adaptarnos a los cambios, con habilidades para seguir contribuyendo productivamente al devenir diario, con buena salud y con una red de apoyo familiar y social. Porque de lo que se trata es de completar un ciclo vital. Pero vayamos por partes, como dijo el ministerio público.
En primer lugar, el crecimiento es el proceso más natural que existe. Si analizamos el desarrollo de una persona observaremos que se inicia con el nacimiento y termina con la muerte. Si el ciclo se completa, ésta debe ocurrir precisamente en la tercera edad del ciclo. Las otras dos etapas son el crecimiento y la madurez. El crecimiento se extiende hasta los 20 años, cuando los órganos alcanzan su máxima capacidad funcional; durante la madurez, el organismo se mantiene con una normalidad funcional establecida y, por último, en la vejez se produce un decrecimiento orgánico y funcional.
Así pues, la decadencia funcional del organismo se aceleraría en la menopausia, en la mujer, y en la andropausia, en el hombre (o al revés, dependiendo de la operación), y llegaría a su límite a los 120 años, fecha en la que el defectuoso funcionamiento de los órganos, deteriorados con el paso del tiempo, sería incompatible con la vida, produciéndose la auténtica “muerte funcional”, nomás que para llegar a esa cifra está medio cañón.
Según mi prima Oyuki, con la edad aparecen una serie de alteraciones que es preciso conocer para, seguidamente, poner en marcha un sencillo mecanismo de adaptación. Verbi gratia, dijo de manera fachosa, como si en realidad supiera qué quiere decir eso: los cuerpos de un niño de 5 años, un joven de 25 o una persona mayor de 65 son muy diferentes y cada uno tiene ventajas e inconvenientes propios porque existen problemas propios de la infancia, de la juventud y de la madurez. Para envejecer con plenitud es necesario conocer cuáles son los puntos débiles de nuestro organismo y tomar medidas positivas que permitan eliminar o reducir los factores que pueden perjudicar nuestra salud.
Mirando fíjamente a doña Olga, la inchi Oyuki agregó: “Al comienzo de la edad madura nuestro cuerpo comienza a dar los primeros avisos. Los más comunes son los siguientes: se tiende a acumular más grasa (“¿oistes, cochón?”, me preguntó con una audacia propia de sicario sinaloense), disminuye la agudeza visual y auditiva, los músculos se vuelven más flácidos, aumenta la fragilidad de los huesos, se pierde flexibilidad y, en general en las articulaciones, merma un poco la estatura porque se reduce la distancia entre las vértebras, el corazón se adapta a las condiciones del resto del cuerpo y disminuye algo su velocidad, los vasos sanguíneos se hacen menos elásticos y el sistema digestivo se hace más exquisito. El sistema nervioso y el cerebro, por su parte, sufren muy pocos cambios con un envejecimiento normal, menos que las demás partes del cuerpo. Algo similar ocurre con los pulmones”.
Y luego dijo que desde el punto de vista de la patología también se presentan problemas típicos como la disminución de resistencia a las enfermedades. “Incluso —subrayó— pueden aparecer algunas que se consideran propias de la infancia, como la difteria y la tos ferina, por desaparición de los mecanismos de defensa adquiridos frente a ellas. En otras ocasiones aparecen enfermedades que para la población en general pueden ser molestas pero soportables, como la gripa, que puede llegar a ser más complicada cuando se llega a la ruquez”.
Pero lo más curioso, mencionó la caona de mi prima, cuando se anda por los fabulosos setentas, se suele considerar la sexualidad como una actividad carente de interés. Sin embargo, lo que sucede realmente es que muchas personas dejan de mantener relaciones sexuales debido a razones sociales, psicológicas o problemas médicos. “Afortunadamente —dijo la Oyuki, como si supiera—, en la actualidad se presenta cada vez más la sexualidad como una forma de expresión de la afectividad, en especial dentro de la pareja”.
Y sí, no cabe duda que es en esta etapa de la vida cuando se necesita un fuerte apoyo mutuo que garantice el equilibrio psicológico y emocional, en cuya consecución lo sexual tiene un papel de enorme importancia. Así pues, la ancianidad no comporta el cese de las actividades sexuales, a ellos también les gusta sentirse amados y respetados, dijo la Oyuki y luego se relamió los labios sabe porqué.
Mi amá, que cuando le conviene no escucha nada de nada, adoptó esa actitud monárquica que siempre ha tenido, sobre todo a la hora de ver la televisión, y se volvió hacia mi prima y le espetó: “Ya te oyí, pinchi Oyuki —y luego, como si fuera parte de la realeza española, le reclamo— ¿por qué no te callas…?”
Y sí, los mariachis callaron, y yo nomás me quedé pensando en las palabras de mi prima y en cuánto me faltará para llegar a ese estado del alma que le llaman vejez… y luego una como velita me empezó a parpadear en el rincón donde dicen que habita la melancolía…
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