Otra vez las manifestaciones se verán ir y venir por las calles del mundo sin revisar antecedentes, dejándose manipular por los resultados, por los efectos y los dolores particulares.
Otra vez los gobiernos alzarán su verdad lejana sin escuchar las verdades de los pueblos.
Otra vez los pueblos gritarán sus dolores, siempre tan ajenos a sus gobiernos.
Y la historia dará una vuelta más a la manivela del tiempo para recordarnos que hoy es otra vez 11 de septiembre… mientras nosotros seguimos sobreviviendo…
Sobreviviendo e ignorando otras historias antiguas, igual de dolorosas, igual de indignantes, igual de inolvidables…
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11 de septiembre de 1973
Corría 1973. El presidente electo de Chile, Salvador Allende, se encontraba en el Palacio presidencial rodeado por fuerzas militares que le instaban a rendirse y a desalojar el lugar.
A cargo del Golpe de Estado estaba el general Augusto Pinochet, en quien había depositado meses atrás su confianza el presidente ahora asediado.
Allende, rodeado únicamente por sus más cercanos colaboradores, se opuso a aceptar la rendición. Aviones y tanques militares comenzaron entonces el ataque, apenas respondido por algunos francotiradores leales al presidente que permanecían apostados en los edificios colindantes.
En un gesto histórico y cargado de valor, Allende dio un último discurso, difundido por radio, que terminaba con un grito de esperanza al pueblo chileno:
“Más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor...
"Esta será seguramente la última oportunidad en que me dirijo a ustedes... Yo no voy a renunciar...
"Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo...
"Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no puede ser segada definitivamente...
"No se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos..."
Seguidamente y forzado por la situación, Allende rindió el país ante los militares golpistas, dirigiéndose después hasta una habitación del palacio presidencial.
Allí se suicidaría con un fusil AK-47.
Los militares habían acabado con la esperanza de un pueblo, y daban paso a un período de terror y represión que duraría 17 años.
El general Pinochet perseguiría, torturaría y mataría a miles de opositores y simpatizantes socialistas, comunistas, anarquistas, intelectuales y poetas.
Está debidamente documentado que el golpe de Estado fue orquestado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, quienes además financiaban a los grupos terroristas de extrema derecha. Con posterioridad al golpe, y aprovechando la dictadura, se encargaría a economistas estadounidenses, partidarios de un capitalismo feroz, desarrollar las políticas económicas del país.
Recordemos esta historia, cuando el 11 de septiembre se rememoren únicamente otro tipo de acontecimientos.
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11 de septiembre de 2001
El 11 de septiembre de 2001, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) presentaba su informe anual sobre el estado mundial de la agricultura y la alimentación:
“El 55 por ciento de las casi 12 millones de muertes anuales entre los niños menores de cinco años en el mundo en desarrollo están asociados a la malnutrición”.
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El registro de la historia antigua también nos relata una historia que —si es cierto que el tiempo es circular— conviene recordar para enmarcar el presente en el pasado.
En el año 303, al amanecer del día de la Terminalia —Fiesta consagrada al dios de los grandes propietarios y Terratenientes—, el emperador romano Diocleciano ordenó la destrucción de la basílica cristiana de Nicomedia.
A la vez que los agentes imperiales demolían la iglesia, casi simultáneamente se produjeron dos incendios en el palacio de Diocleciano.
En realidad, el propio emperador ordenó a su guardia privada que incendiase el recinto para culpar del hecho a los cristianos y de este modo justificar ante el pueblo y la nobleza la masacre contra los mismos.
Así, los cristianos servían incluso de diversión en el Coliseo…
Esto es historia, no necesariamente la verdad...
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Y el 11 de septiembre de 2001, la televisión nos trajo las imágenes con las que hoy nos bombardearán sin misericordia…
Y eso desató la cacería en países del otro lado del mundo… “en favor de la libertad y la democracia…”, según el Presidente Bush.
Bush ha sido el único comandante supremo del Ejército que inicia una guerra y pierde tres:
1. No logró atrapar a Bin Laden;
2. No destruyó a Al Qaeda, y
3. No derrotó al 'terrorismo'.
Malgastó el capital político alcanzado el 11 de septiembre, y se hizo detestable para la opinión pública.
La nación, indulgente ante sus mentiras, letales para más de tres mil de sus hijos, terminó por no creerle sus revelaciones.
Ningún presidente norteamericano ha perjudicado tanto a su país, y eso que es difícil encontrar uno de los 44 presidentes norteamericanos que no haya estado involucrado en alguna guerra en el extranjero.
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Las bajas no contabilizadas de la guerra en Medo Oriente.
El cabo primero Jeffrey Lucey no se contabiliza entre los muertos de la guerra de Irak.
Pero murió.
Luego de haber regresado a casa se suicidó.
Jeffrey le dijo a su familia que se le ordenó ejecutar a dos prisioneros de guerra iraquíes. Después de que matara a los dos hombres, cogió sus cédulas de identificación y las llevó puestas hasta la Nochebuena de 2003, cuando se las arrojó a su hermana, llamándose a sí mismo asesino...
Su padre dijo: “Las alucinaciones empezaron siendo visuales, auditivas, táctiles. Hablaba de cómo oía a las arañas-camello en su habitación por la noche, y de hecho tenía una linterna bajo su cama, lista para usarla para buscar las arañas-camello. Toda su vida se desmoronó rápidamente hasta que decidió quitarse la vida…”
Pero la historia de la guerra, que escriben los vencedores, también tiene el rostro de los derrotados, de los castigados sin sentido…
Al final, después de ocho años, en el expediente de los avionazos en el World Trade Center queda una línea roja trazada desde Nueva York hasta Irak, un país devastado única desgracia es tener todavía muchísimo petróleo.
Las montañas de cadáveres de niños, mujeres y hombres iraquíes asesinados desde el inicio de la intervención en Irak por el ejército de los EEUU aumenta vertiginosamente en esta ilegal y bárbara invasión neocolonial que la administración del presidente Bush acometió impunemente en Irak por el petróleo.
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Pero al final, ¿quién gana?
¿Qué ciudadano puede sentirse satisfecho por sufrir una guerra que ha sido juzgada como inhumana, ilegal… como un crimen a la humanidad?
Si estamos conscientes de que en una guerra todos perdemos, la pregunta es… ¿Qué culpa tenemos los demás de la ambición desbordada de unos cuántos?
¿Quién les devolverá la vida y la felicidad a los muertos y mutilados de las guerras diarias?
Digamos ¡No a la guerra!
¡Basta de intervenciones militares!
¡Basta de manipulación mediática!
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