Bueno. El caso es que después de diez días de vacaciones digamos que obligadas luego de cuatro años y medio de andar como el terco (y lento) animal que soy, que siempre he sido, sin descanso ni pretextos, ni en frío ni en la calor, me he ido coagulando de a poquito en el fondo del patio, y según la sesuda observación de la Araceli, ya parezco una como mancha grisácea en la pared blanca del patio. Y ni modo de alegarle, caón: “Si no le temes a Dios, témele a los metales”, dijo García Márquez… “y a las mujeres”, añado joe.
Y precisamente ahí, en el fondo del patio, he puesto en práctica mis habilidades varoniles de macho que se respeta, habilidades que ciertamente poco desarrollé en el periodo que se menciona (como se dice en los informes de actividades), y ahí me tienen desarmando cosas inverosímiles que han estado inactivas durante meses ya porque se les fundió un fusible, ya porque se le desconcertó la chumacera, ya porque se le cayeron dos tornillos, incluidas las tuercas y las rondanas.
Y en esas horas lentas, me atreví, porque no me quedaba de otra, a destapar un par de abanicos de techo a los que había que cambiarles el capacitor de arranque, ya que simplemente dejaron de funcionar, como si se les hubiera acabado el contrato de un momento a otro. O sea, eché mano a los fierros como queriendo pelear y ahí me tienen quitando tornillos y switches para poder hacer la debida operación a corazón abierto a los susodichos aparatejos.
Fue precisamente que estando en el quirófano, en el fondo del patio y bajo los yucatecos, en el alborozo otoñal de los pajarillos y el ladrido hormonal de los perros, que sentí que un ángel pasó arrastrando sus faldillas y me le quedé viendo a la imagen de un abanico que giraba como si ya lo hubiera reparado, y hete ahí que me surgió una duda existencial y me pregunté myself: “Cuando vemos girar las aspas de un abanico de techo en nuestra habitación, ¿son las aspas del ventilador las que giran, o están inmóviles y somos nosotros los que giramos alrededor de ellas?”, luego me quedé como dormido, cantando en un susurro lento que cincuenta años son nada y febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra…
Tres horas después, cuando desperté con la baba como corbata lechosa, pensé que el ventilador de techo está soportado por el techo, por lo tanto si el punto de apoyo es el techo, y uno desde la cama observa solidario con el techo al cual se toma como referencia... entonces se mueven las aspas, y uno (yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos) estaría inmóvil.
Ahora bien, en mi abanico de techo, al cual conozco muy bien, el embobinado está inmóvil, solidario, como yo en la cama, con el techo, y lo que se mueven son las aspas, también solidarias, creo, con el movimiento inducido... así que desde el punto de vista de las aspas los que nos movemos somos nosotros...
Pero, si ampliamos la reflexión y nos vamos hacia el extremo posible, e incluimos la teoría de las cuerdas y membranas, tal vez ni exista el abanico. Y es que según esas nuevas teorías, hay once dimensiones de las cuales tenemos tres, conocidas como X, Y y Z, donde forman un eje de coordenadas cartesianas oscilando de un cuarto vector que es el tiempo, por lo que dicha oscilación hace que no haya definición de cuerpos en el tiempo, sino que son estructuras casi vacías que se desplazan sobre una onda, y esta fluctuación cuántica está soportada por supercuerdas.
En síntesis, la teoría afirma que todo lo que existe en el universo está formado por unas cuerdas vibrantes infinitesimalmente pequeñas, tan pequeñas que si expandiéramos un átomo al tamaño de nuestro sistema solar, la cuerda sería grande como un árbol. Y, por si fuera poco, se dice que las cuerdas, cien trillones de veces más pequeñas que un protón, vibran, y cada modo de vibración representa una partícula distinta. Según este modelo, cada partícula subatómica corresponde a una resonancia distinta que vibra sólo a una frecuencia característica.
En contraposición, sabemos que la fuerza centrífuga no es una fuerza misteriosa que aparece súbitamente, sino que es resultado de la inercia donde un objeto que se mueve tiende a conservar la dirección y velocidad de su movimiento. Como el movimiento que nos ocupa (el de las aspas del abanico, ¿recuerdan que de eso les hablaba en un principio?) es rotatorio, los objetos de la habitación tienen a seguir en forma rectilínea y por lógica se estrellarán contra la pared. Entonces, si sólo giran las aspas el ventilador, todo quedaría en perfecto orden, y esa es la prueba, con lo que se demuestra que son las aspas y no el Armando las que giran.
Sé que el Armando gira cuando se toma unas cheves, pero esa es otra historia que no tiene nada de misteriosa. O sea… ¡Helllllo!
Ya sé que no faltará el verdaderamente estudioso de estos asuntos que preguntará “Oye, wey, ¿pero cómo explicas que las aspas del abanico no sufran los problemas derivados de la inercia y la fuerza centrifuga?”, ante lo cual me quedaré calladito porque según entiendo así me veo más bonito que la Lupita, aunque podría decirle que no hay purrún con eso, pues las aspas están perfectamente equilibradas (si están bien colocadas, obviamente), así que la inercia y, por ende, fuerza centrifuga se equilibra en todas las aspas y el abanico no se desplazará hacia ningún lado… pero mejor me quedo calladito calladito…
También hemos aprendido que el movimiento es relativo. Todo se mueve. Hasta las cosas que parecen estar en reposo se mueven respecto al sol y las estrellas; es decir, su movimiento es relativo a estos astros. Así, un libro que está en reposo respecto a la mesa sobre la cual se encuentra, se mueve a unos 30 kilómetros por segundo en relación con el sol, y aún más aprisa respecto al centro de nuestra galaxia…
Nada está inerte, ni siquiera yo dormitando bajo los yucatecos en el fondo del patio, entre la algaraza de los pájaros y los ladridos amatorios de los perros, imaginando que los abanicos giran y generan una brisa suave que refresca el rostro y el alma: Todo está en eterno movimiento.
Y mientras yo sigo reflexionando en las aspas del abanico, una capa de silencio cae en medio de la mañana y escucho el silencio rugoso del paso de un ángel: ¿es Dios, es el hastío, es el tiempo que se quiebra lentamente en alguna parte de la esperanza…? (Que conteste la ciencia).