Este año se han cumplido 15 años del homicidio de Luis Donaldo Colosio, quien de correr otra suerte, habría dejado el poder en el 2000 y, con toda la fuerza del Estado y el carisma cuidado y cuidadoso del oriundo de Magdalena, probablemente no hubiera heredado la presidencia a un panista, sino que, como escenario igualmente perverso, acaso el PRI todavía estuviera gobernando: ¿Quizá Roberto Madrazo…? ¡Brrr!
La efeméride es propicia para que todo el mundo formule hipótesis sobre lo que hubiera ocurrido si Colosio aún estuviera entre nosotros; de si hubiera sido un buen presidente, mejor que su sustituto Ernesto Zedillo; de si hubiera roto con Carlos Salinas; de si habría refundado al PRI; en fin...
La imaginación da para plantear muchos escenarios que pueden acomodarse a las expectativas, a los anhelos, a las ilusiones y a los sueños guajiros de cualquiera. Pero el hecho cierto, es que se han cumplido 15 años del infausto momento en que Luis Donaldo cayó abatido a manos de un individuo colectivo llamado Mario Aburto, en un atestado acto de campaña en una colonia popular llamada Lomas Taurinas, donde el hombre señalado para suceder a Salinas perdió la vida de manera trágica, brutal y, en rigor, injusta.
Luis Donaldo Colosio ya es un mito y en cada conmemoración de su muerte se propone la refundación de un partido que, reconocido en voz baja o a grito destemplado, propició ese asesinato. Por decirlo de fea manera, la muerte de Luis Donaldo Colosio Murrieta es ahora mismo una muerte necesaria para los defensores del priismo, que se desgarran las vestiduras en actos que cada vez son menos numerosos y continúan inmersos en la demagogia rampante de una pérdida de identidad.
Como todos los héroes de papel, Luis Donaldo ya pasó de los hechos a las estatuas, y de las estatuas a la literatura, y va camino a los calendarios cívicos, que es de alguna manera el sepulcro oficial de los personajes que han cincelado, para bien o para mal, el rostro de un país que tiene la memoria muy chiquita porque la inmediatez y la urgencia del reconocimiento público está demasiado competido, y en esta lucha los políticos la llevan de perder ante los ídolos desechables que diseña la televisión para el consumo de la cultura tipo chatarra fugaz resultante del triángulo amoroso de la política, la educación y los medios de comunicación. Es decir, la cultura universal de nuestro México mágico, tan lejos de dios y tan cerca de los políticos.
Acostumbrados a imaginar también grandes conspiraciones detrás de todo acontecimiento sangriento, como este que conmocionó a México y lo sacudió hasta sus cimientos gracias en mucho a la influencia y manipulación de los medios, la mayoría de los mexicanos no acepta todavía la versión oficial acerca del asesino solitario, sino que contraria a la postura que los gobiernos ha mantenido, la ciudadanía se ha convencido de que este hecho fue producto de una conspiración y no de un tipo solitario cuya locura lo rebasó.
Incluso el ex presidente Salinas aventuró la tesis, tal vez esquivando las miradas que lo declararon culpable de toda culpabilidad, de que a Colosio lo mandó matar la “nomenklatura” del PRI (como si él no hubiera formado parte de ella) y puso el dedo flamígero sobre el ex presidente Luis Echeverría, pese a que era un hombre retirado hace mucho de la política activa, con escasa influencia en el actual equilibrio de fuerzas.
El propio Salinas admitió carecer de alguna prueba para sustentar sus afirmaciones, pero igualmente expuso la idea de que pudo haber participado en la eliminación de Colosio el ex líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, sólo por el hecho de que quería vengarse del mandatario cuando éste lo mando arrestar.
También se barajan otras hipótesis iguales o más descabelladas, entre las que figura la de que lo mató la mafia coludida con el narcotráfico.
Por ello, aún subyacen numerosas dudas y existe un gran número de interrogantes alrededor de este asesinato. Una vez más se ha escuchado el clamor de dirigentes políticos, legisladores, allegados y familiares de Colosio para que se reabra la investigación sobre el caso. Son muchas voces las que claman hoy en día que se llame a cuentas a Salinas, a su asesor Córdoba Montoya y a Zedillo.
Cierto, la reserva del expediente dictada el 20 de octubre del 2000 permite disponer de un plazo de 35 años más para ofrecer nuevas pruebas que reactiven el caso y que conlleven a una hipótesis distinta a la del asesino solitario, pero se cree que finalmente el asunto quedará como uno de los grandes “cold cases”, o expedientes sin resolver, de la historia reciente de México.
Entretanto, la figura de Colosio, quien hoy tendría 59 años si no hubiera sido asesinado con una bala en su cabeza y otra en el abdomen, se ha teñido de un halo mítico. Se ha convertido de a poco en un personaje de bronce, de papel y de referencia vial, pese a que, por ejemplo, el New York Times comparó la imagen que los mexicanos tenemos de él a la que tienen los argentinos de Evita.
Aunque muchos todavía toman como referencia el momento en que murió para recordar las actividades cotidianas que estábamos desempeñando, no existe realmente una seguridad de cómo habría sido el México de Colosio. Y aunque expertos, políticos, periodistas y gente de la calle aún especula sobre el tema, hay una tendencia muy extendida a crear incógnitas al respecto, considerando que en México no hay un solo presidente que haya dejado su función pública sin el agravio popular.
Y sí, todavía son muchos, sobre todo los mismos priistas, los que se preguntan si Colosio hubiera sido el verdadero reformador que necesitaba el partido tricolor y que requería México para superar sus graves problemas económicos, políticos y sociales, pero lo único que hemos visto cada 23 de marzo desde hace 15 años ha sido un circo mediático en el que sobre todo la televisión oficia como tribunal de una opinión pública reducida a sus propios editorialistas, y ha dado su veredicto: Los culpables siempre serán los otros, los opositores a todo, los que se resisten a los cambios, los que no respetan costumbres, los que se oponen a la farsa que muchas veces es el poder…
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