Trova y algo más...

miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Por qué los hombres aman a las cabronas…

Según vi no hace muchas semanas en algunas esquinas de la cotidianidad, en nuestra ciudad en busca del viejo y antiguo nombre, se puso en escena la obra ¿Por qué los hombres aman a las cabronas?, una adaptación de Mauricio Pichardo al libro homónimo escrito por Sherry Argov, que en realidad debería, según los más castizos angloparlantes, titularse en español: ¿Por qué los hombres aman a las putas? (Why Men Love Bitches?).
He leído el libro y, por principio de razón y sensibilidad, en muchas de sus partes no concuerdo con lo que dice ni de las mujeres ni de los hombres. En resumen, el libro es una guía para las mujeres que son “demasiado buenas” en sus relaciones amorosas, o lo que ellas entiendan por eso. Se dice que la palabra cabrona del título no debe tomarse muy en serio pues simplemente representa en forma irónica el tono humorístico del libro. Sin embargo, satírico o no, el título y el contenido presuponen lo que muchas mujeres piensan pero no dicen.
Con todo, los defensores del libro señalan que toda mujer ha sentido vergüenza por parecer demasiado necesitada ante un hombre; toda mujer ha tenido un hombre tras ella que en el momento que la consiguió perdió el interés. Así, toda mujer sabe lo que se siente que no la tomen en cuenta (aunque ciertamente esto no es privativo de un género). Subrayan que estos problemas son comunes para la mayoría de las mujeres, casadas y solteras, divorciadas, viudas y/o abandonadas por igual.
La cabrona de la que hablan no es la bruja sobre ruedas, dicen, ni un personaje malvado. Tampoco es la típica “cabrona de la oficina” odiada por todos en el trabajo. Según se infiere, la mujer que se describe es buena pero fuerte, tiene una fortaleza muy sutil, no deja a un lado su propia vida y no persigue jamás a un hombre; no permite que un hombre piense que tiene un dominio total sobre ella. Y se da su lugar cuando él se pasa de la raya. O sea, es una cabrona media cabrona. O algo así.
El asunto es que se supone que sobre eso trata la comedia que se presentó en Hermosillo del Pitic, una obra con detalles picantes que revela por qué es mucho más deseable una mujer fuerte que una tímida y miedosa que siempre dice sí a todo. Mmmm. “Un bombazo de emociones y verdades, confrontadas con la vida vacía y fugaz experimentada por las mujeres actuales, quienes, desde su jaula de éxito y logros profesionales, están más necesitadas de reconocimiento sentimental que nunca”, decía en alguna parte la publicidad.
Y, bueno, también está la opinión de los que no defendemos la obra escrita o puesta en escena, que según se entiende es la equivalente.
Quienes difieren de las opiniones anteriores se preguntan de la misma manera “¿Por qué los hombres aman a las cabronas...?” y la respuesta es rápida y contundente: Por el mismo motivo que esos hombres aman a las imbéciles, siempre que unas y otras tengan un buen par de pechos y un criterio del tamaño de una nuez deshidratada (Acá tampoco es cuestión de género, pues la respuesta puede invertirse con los mismos resultados; es decir, el orden de los factores no altera el producto).
Más que preguntarse por qué los hombres aman a las cabronas, cosa que por demás de irrelevante es susceptible de ridiculizar, como hemos visto, cabría preguntarnos por qué existen personas a quienes se les permite escribir panfletos epidérmicos sobre relaciones emocionales cuya escritura es alentada y promocionada en todas partes, y no sólo eso, sino por qué ese tipo de personas, que supuestamente están un paso evolutivo arriba del resto de las mujeres “sumisas”, engañadas, dejadas, abandonadas y desencantadas, sigue buscando el éxito en una condición a la cual no se aplica la palabra éxito: sino el simple amor, el jodido amor... el cabrón amor...
El amor no es un logro, no es una meta, no es una recompensa, no es mejor ni peor que nada, no es un trofeo, no es un manual, no es una medalla, no es resultado de una ecuación, no tiene fórmula química, no es una medicina, no tiene fecha de caducidad, no tiene modelo, no hay catálogos de moda para el amor, no hay canciones para conseguirlo, no se puede sobornar, no tiene fecha ni edad: Es un juego de azar si te llega, una proeza conservarlo y un milagro si no se te va... y nadie, nadie puede hacer nada al respecto.
Pero no. Según se desprende de la contraportada y los comentarios, para la autora del libro de marras, hay que ser exitosos en el amor para ser alguien. El éxito del amor, diría una de esa rumberas de poca monta, es amar y ser amados, robándole el marido a una pendeja, convirtiéndote así en una cabrona.
Sólo así se puede decir con todas las letras: “¡Uhhh: Qué cabrona soy. Ahora él me ama a mí. He obtenido el éxito como mujer, como ser que siente, que quiere cariño y dulzura. Ahora sí valgo la pena. Uff. Estuve cerca de valer lo mismo que una cáscara de plátano, pero ahora valgo porque soy una cabrona, valgo porque tuve los huevos suficientes de traicionar a alguien más y de enseñar más tetas que la otra. Ahora sí que valgo. Con mi hombrecito de la mano. Sí valgo la pena. Estoy salvada. He logrado el éxito. Uff. Y pensar que pude haber sido de las otras pobres mujeres que están solas. Pobrecitas, si son tan feitas que quién se va a fijar en ellas. Además, no sacan los colmillos para defender lo suyo. Ah, pobrecitas. como caracolillos de jardín. Se visten horrible además. Fuchi. ¡Arriba las cabronas!”
Y en el otro lado del escenario de la vida está (no porque ahí hubiera querido estar, sino porque ahí hay que ponerla para juzgarla) la tan manida y publicitada teoría de Argov de que los hombres aman a las mujeres cabronas. Aunque lo que sobresale en esta afirmación interrogativa es la generalidad. Porque, según dice la autora, habló con mil varones para después concluir en las líneas de su libro, pero mil hombres no hacen el género masculino. No se acerca a una verdadera descripción sociológica y psicológica. Ni siquiera como muestra representativa en bloques al azar.
Los argumentos de Argov menosprecian la inteligencia de los hombres, porque también hay hombres inteligentes, en serio. Lo que hace la autora es una “relación de hechos” de lo que presupone que es un hombre, aventurándose a describir las reacciones masculinas de manera determinante y salvaje, sin observar que un hombre inteligente sabe dar respeto a una mujer que se lo merezca, de la misma manera que una mujer inteligente lo hace con un hombre.
Es una tontería de la revista Quién (y de quienes la promueven) eso de que a los hombres nos gustan los retos, como si las mujeres fueran trofeos de caza. Tal vez a algún extraviado por ahí que cree que la vida es un safari pueda caerle bien esta aseveración, pero para los hombres con mediana cultura, los seres humanos son sujetos de relación, más que objetos sobre los cuales ejercer un poder ficticio. Y es que según Argov “Los hombres no responden a las palabras. Responden a la falta de contacto”: El menosprecio al diálogo, a la claridad de la comunicación, la insinuación de que sólo se responde al acercamiento carnal, es de una simplicidad apabullante.
Esa visión generalizada de los hombres como falos motorizados que andan al garete por el mundo buscando desesperadamente su buen recaudo es un asunto que de a poco ha ido quedando atrás por muchas razones: Las cabronas deberían darle un poco de crédito a la masculinidad y empezar por aceptar que en términos psicológicos y en atributos de relaciones amatorias ningún hombre es igual a otro.
Ciertamente somos iguales en muchas otras cosas; y sobre todo, somos iguales a las mujeres en lo fundamental: carnal y espiritualmente. Ya se sabe que en las diferencias se nutren las relaciones, pero generalizarlas en manualitos baratos de auto ayuda bajo el vulgar epíteto de “estos malditos hombres”, lo que hace es contribuir a esa percepción de insulto muy generalizada. Y de seguro el teatro se va a llenar.
Por último, me pregunto myself: Esos medios que tanto le tupen a las administraciones públicas porque somos un pueblo que no lee, y que luego regalan boletos para algunos eventos a quienes compren el diario, ¿en lugar de una entrada al teatro para ver a Polo Polo, por ejemplo, por qué no regala el libro de Sherry Argov; o en vez de los calzones de Ricky Martin, un poemario; o en lugar de la bota izquierda del baterista de Los Tucanes, una novela de Carlos Fuentes?
Creo que así serían más coherentes con su queja, y pondrían su granito de arena para que dejemos de ser menos imbéciles de lo que creen que somos. Pero no: Es mucho mejor manejar un doble discurso que garantiza ciertas ventas o presiones facilonas para seguir sobreviviendo... y luego nos preguntan ¿Por qué los hombres aman a las cabronas? (¿A las cabronas empresas de información, será?: Sabe). En fin...
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