Creo que la clase burguesa puede ser definida intelectualmente por el empleo que hace del espíritu de análisis, cuyo postulado inicial es que los compuestos deben necesariamente reducirse a una ordenación de elementos simples.
Entre sus manos, este postulado fue antes un arma ofensiva que sirvió para desmantelar los bastiones del Antiguo Régimen. Todo fue analizado; en el mismo movimiento fueron reducidos el aire y el agua a sus elementos, el espíritu a la suma de las impresiones que lo componen, la sociedad a la suma de los individuos que la forman...
Los conjuntos se desvanecieron; ya no eran más que sumas abstractas debidas al azar de las combinaciones.
La realidad se refugió en los términos últimos de la descomposición. Éstos, en efecto –es el segundo postulado del análisis-, guardan inalterablemente sus propiedades esenciales, tanto si entran en un compuesto como si existen en estado libre.
Hubo una naturaleza inmutable del oxígeno, del hidrógeno, del nitrógeno, de las impresiones elementales que componen nuestro espíritu.
Hubo una naturaleza inmutable del hombre: El hombre era el hombre como el círculo era el círculo: de una vez por todas.
El individuo, subiera al trono o estuviera sumido en la miseria, continuaba siendo fundamentalmente idéntico a sí mismo, porque había sido concebido conforme al modelo del átomo de oxígeno, que puede combinarse con el hidrógeno para hacer el agua y con el nitrógeno para hacer el aire, sin que su estructura interna cambie con ello.
Estos principios han presidido la Declaración de los Derechos del Hombre.
En la sociedad que concibe el espíritu de análisis, el individuo, partícula sólida e indescomponible, vehículo de la naturaleza humana, reside como un guisante en una lata de guisantes: redondo, encerrado en sí mismo, incomunicable.
Todos los hombres son iguales: hay que entender por esto que todos los hombres participan igualmente en la esencia del hombre.
Todos los hombres son hermanos: la fraternidad es un lazo pasivo entre moléculas distintas que ocupa el lugar de una solidaridad de acción o de clase que el espíritu de análisis no puede ni siquiera concebir.
Es una relación completamente exterior y puramente sentimental que oculta la simple yuxtaposición de los individuos en la sociedad analítica.
Todos los hombres son libres: libres de ser hombres, por supuesto.
… y uno se hace burgués al optar, de una vez para siempre, por cierta visión del mundo analítica que se intenta imponer a todos los hombres y que excluye la percepción de las realidades colectivas.
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Jean Paul Sartre, Les Temps modernes, 1945.
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