Trova y algo más...

sábado, 19 de septiembre de 2009

¡No, no, no, no, no, no... díganle que no a esa pelota...

Hoy es sábado: los días señalados por el Señor para coagularnos frente al televisor a ver juegos y más juegos de beisbol de grandes ligas, obviamente... si es que la gerencia doméstica no dispone otra cosa, por supuesto.

Así que, si los hados se alinean y los astros lo permiten, hoy toca ver contra quién va a perder nuestro equipo favorito, Boston Red Sox, que anda arratrando la cobija de manera patética.

Ver en la comodidad de la casa los deportes que a uno le gustan no tiene precio, según dice un comercial, sobre todo si uno comparte ese gusto con quien ha tenido el grandísimo honor de soportarlo durante largos y tenebrosos años, ya como ascendiente, ya como descendiente, ya como horizontal, ya como lo que la ley y el orden --unidad de víctimas especiales-- han decidido para los fines nada futuristas de sobrepoblar el planeta y retacarlo de un calentamiento global que ya quisieran ciertas estrellas de Televisa a la hora de grabar telenovelas...

Bueno. El caso es que el Pino Ocho estaba grave por la espiritualidad de las bebidas de ayer, y hoy hay que ver el beis como dios manda: con cerveza y cacahuates, para que nuestras raíces alemanas y paquidérmicas, respectivamente, no se revuelquen en sus tumbas y provoquen movimientos telúricos con epifoco en la mesita de centro de la sala, debidamente avituallada para la ocasión.

Ya sé que hay personas que en lugar de dedicar su tiempo a observar deportes prefieren sentarse a escuchar la Quinta de Beethoven mientras sorben vino tinto o cognac y leen ¿Quién se ha llevado mi queso? frente a un platito vacío porque, de hecho, alguien ya se les tzingó el queso...

Pero no, mi plumaje no es de esos. Yo no tengo, varón al fin, la capacidad de hacer dos o más cosas al mismo tiempo: o escucho música o bebo licor o leo o disfruto de botanas o veo la televisión... de ahí mi fracaso como traductor simultáneo.

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En fin. No sé por qué, de los cientos de deportes que existen en el mundo, y de las decenas que transmiten por televisión, el beisbol es el que más me atrae. Será por aquello que alguna vez comenté, al presentar el libro Historia de las Series Mundiales 1868-1955, de Juan Vené, junto a quien este lento animal que soy, que siempre he sido, se sentó para disfrutar del río de conceptos beisbolísticos del venezolano:

Mis más antiguos recuerdos ligados al deporte tienen que ver con el beisbol. Y de eso hace casi 45 años, cuando mi padre me llevaba al viejo y ya desaparecido estadio Revolución, en un Navojoa que para estas alturas sólo existe en mi memoria polvorienta.

Recuerdo como entre brumas las instalaciones de aquel estadio, cuyas bancas de madera me servían para trepar incansablemente mientras los peloteros cargaban su corpulencia con dificultad y llegaban bufando a la inicial al borde de un ataque cardiaco, pues por aquel entonces no sabían de las bondades de las horas del gimnasio, de los esteroides y de la metrosexualidad que caracteriza a muchos galanes que se barren en la segunda con una delicadeza propia de jovencitas aristócratas.

En aquel entonces, los grandes peloteros eran en verdad grandes: grandes de talla y grandes a la hora de la camorra. Pero los tiempos cambian y no será aquí donde nos referiremos a la felicidad que nos prodigan los beisbolistas cuando se arma la zacapela a puñetazo limpio, a diferencia de las peleas que suelen desatarse en otros deportes. En fin. Nada que ver con el fomento a la violencia.

Desde aquellos viejos recuerdos que tengo, a los días que ahora vivimos, algo ha cambiado en el beisbol profesional que lo ha convertido más en un espectáculo, en un negocio, que en un deporte de competencia, sin que necesariamente esté peleada una cosa con la otra. Aunque, yo llegué tarde a ver peloteros profesionales, pues ya existían –según nos menciona Juan Vené en el primer tomo de la obra Historia de las Series Mundiales 1868-1955– desde 1869; es decir, hace poco más de 130 años.

Y como en toda empresa seria, en el beisbol profesional, particularmente en el de los Estados Unidos, no hay cabo que quede sin atar. En principio, hay un reglamento puntual que rige no sólo los partidos diarios, sino a todo el sistema de juego, que incluye a dueños de equipos, peloteros, patrocinadores, infraestructura, medios de comunicación y aficionados, sólo por nombrar lo que se ve por encimita.

El desarrollo que ha alcanzado el deporte va más allá de los espantables salarios que perciben ahora los deportistas. Ahora hay más seguridad, más control sobre lo que consumen los atletas (si no me creen, pregúntenle al Alex Rodríguez y a su primo, je), más integración del deporte con la sociedad y lo que hace que se mueva hacia donde sea que nos están llevando los estadistas.

Se cuida más la integridad de los peloteros, y para ello se han inventado protectores de diferentes formas y para diversas y escondidas regiones corporales. Los spikes han desaparecido y ahora los beisbolistas lucen calzado más confortable y que le acarree menos peligro al adversario en caso de una jugada violenta.

Igualmente, y a diferencia de 1885 y antes, años en que los peloteros se negaban a usar guantes porque eso pondría en entredicho su valentía, hoy los guantes han ido creciendo en la medida que se ha requerido tener mayores porcentajes de fildeo, lo que asegura largos y multimillonarios contratos, que es el sueño de todo pelotero. Mejor dicho: es el sueño de todos, peloteros, aficionados, charaleros y vendedores de quinielas.

Y, bueno, la afición también ha cambiado. Antes, para ir al estadio había que vestir de manera pulcra, traer el bigote engomado y ser bienportado con las damas, pero ya no. Ahora hay quienes van al estadio a lucirse y bailan desaforadamente sobre los dugauts como si estuvieran con Galilea Montijo en "Bailando por un sueño"; muchos llegan sólo a emborracharse para huir de su agresiva compañera, porque en el estadio está uno más seguro, según dice el anuncio de televisión. Otros ven el beisbol con un fanatismo propio de inquisidores españoles del siglo XV y quisieran freír en aceite hirviendo a quienes le van al equipo contrario; una gran cantidad de asistentes al parque de pelota sólo va a reirse de las ocurrencias de la mascota del equipo, y por desgracia, son los menos quienes disfrutan los lances que realizan los jugadores de las dos novenas, porque saben que en el deporte, sobre todo en el beisbol, que es un juego de alternativa reglamentaria, los dos equipos cuentan porque sin uno el otro simplemente no tendría razón de ser sobre el terreno de juego.

Como sea, somos testigos de la nobleza del beisbol que, como vemos, para todos tiene algo.

Y básicamente las reglas son las mismas desde que el juego se inventó; esto es, el espíritu del juego prácticamente no ha cambiado.

Pero, dirá un hincha del América o del Boca Juniors, ¿qué de atractivo tiene un deporte en el que unos individuos vestidos con pijamas vistosas mascan tabaco como camellos del Sahara, se acomodan los destos con una impudicia obscena ante las damas y escupen como velociraptors una mezcla de nostalgia agridulce, y después se acomodan en la caja de bateo para tratar de golpear con una estaca debidamente tallada una pelotita de cerca de 142 gramos de peso y acto seguido iniciar una carrera despavorida hacia una señal marcada en el terreno con una almohadilla, mientras el equipo contrario intenta hacer llegar la bola a la blanda mojonera antes de que llegue el atleta en su desaforada carrera a la inicial?

Pues visto así, de esa manera nada televisiva, el beisbol tendría poco de atractivo, pero nosotros sabemos que así como el toreo es apasionada entrega o graciosa huida, el beisbol es una coreografía donde todas las partes integrantes tienen su lugar, incluso los errores, que forman parte del juego y que, a diferencia de otros deportes, aquí si quedan señalados.

Es un deporte que tiene la belleza de las competencias que no se rigen por periodos delimitados por el reloj, lo que a mi ver abre la posibilidad de que sea el conjunto, ya sea bateando o fildeando, quien se imponga y no sólo la estrella del equipo. Por ello, en el beisbol es frecuente que haya un héroe diferente cada noche.

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Sabemos que el beisbol tiene tanto de magia como de ciencia: la física interviene constantemente en el juego, pero la magia la ponen indudablemente los peloteros.

Golpeada la pelota, las leyes de la física intervienen de manera natural. Pero igualmente, la destreza de los peloteros tiene mucho que ver, y es que aun en el raro caso de que los deportistas apenas sepan leer y escribir, saben perfectamente dónde colocarse con tal de atrapar la pelota.

Imaginemos un batazo a lo profundo del jardín central: Los conocimientos que tenemos de la materia nos permiten saber que dos cuerpos (en este caso la Tierra y la bola) se atraen en razón proporcional al tamaño de ambos y al cuadrado de la distancia que los separa, que esa fuerza de atracción es antagonista de otra que pretenda separarlos (como nuestro brazo lanzando la pelota) y que el tiempo que transcurrirá entre la subida y la bajada de la esférica es inversamente proporcional a la fuerza de atracción y directamente proporcional a la fuerza de lanzamiento.

Esto, pasado a cálculos en un papel, nos permitirá saber la trayectoria, el tiempo transcurrido o, incluso, cual es la fuerza que debemos aplicar para que nuestra bola escape de la fuerza de atracción terrestre.

Bateador y filder saben de igualmente de manera natural qué fuerza desea imprimir el primero a su golpe, y el segundo qué probable distancia recorrerá la pelota dentro del campo, mientras los aficionados nos agarramos de la butaca con lo que podemos esperando que el batazo sea atrapado o caiga en territorio de fer, según cuál sea nuestro equipo...

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Como se ve, el beisbol es magia científica o ciencia mágica. Y está lleno de pasajes que cada noche surcan el cielo de los diamantes y surgen de pronto como conejos de la chistera de un mago vestido con bombachos.

Uno, gustoso del beisbol y sus historias, no se cansaría nunca de escuchar una y otra vez las viejas transmisiones de los partidos en voz, por ejemplo, de Pedro El Mago Septién, verdadero hechicero del micrófono, con aquella memoria prodigiosa, sagacidad mental envidiable y manejo de lenguaje que, si hubiera sido pitcher, muchas veces habría logrado juegos perfectos.

Será el recuento de las batallas épicas, o tal vez ese recrear la historia, lo que hace que uno se ajuste a la nostalgia y vuelva a vivir lo que nuestros antepasados protagonizaron una y otra vez, en ocasiones con un nombre, muchas veces de manera anónima.

Y ese volver a atestiguar lo que el tiempo ha dejado bajo muchas capas de polvo del olvido se lo debe uno a los historiadores, a los cronistas, a los melancólicos irredentos que no dejan de mover las piedras del pasado para buscar los rostros y los nombres y los hechos que de alguna manera explican nuestra presencia aquí y ahora.

Hacer esa labor de arqueología social va más allá de cualquier propósito superfluo.

Ya decía Fernando Savater que "Nada grande se ha hecho sin pasión”. Recordemos que la historia de la humanidad no sólo se ha escrito en los papiros de la angustia o en las paredes de las cavernas, también ha dejado constancia en todas las variadas actividades del ser humano que conforman nuestro multifacético perfil.

El hombre, gracias a su ingenio, ha sabido sortear a través de los tiempos las diversas limitantes que le ha impuesto la naturaleza con las múltiples formas y tamaños de los elementos que ha necesitado para fortalecer el cuerpo y el espíritu.

El trabajo de rescate de los hechos del hombre es aglutinador, luminoso, festivo, y seguirá aportando nuevas señales de vida para forjar el hombre de mañana, y volver a construir la esperanza.

Quien rescata el pasado para desgranarlo en hechos sigue siendo el puente entre el olvido y la memoria colectiva que nos posibilita la necesaria reconstrucción histórica para reactivar los procesos sociales de las diversas regiones del planeta; en particular, la nuestra.

Así hemos ido por los siglos descubriendo y redescubriendo todas esas claves de vida que nuestros antepasados dejaron en las diversas regiones que habitaron, pues la historia de la civilización ha sido en cierta forma también la historia de las actividades humanas.

Y el deporte no está ajeno de ese reconocimiento y esa búsqueda a través del tiempo.

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El deporte en México ha sido un factor de cohesión social que ha impactado en la vida cultural del país. Existen registros arqueológicos de infraestructuras precolombinas en diversas latitudes del territorio nacional en las que se practicaba el deporte conocido como juego de pelota, que incidía profundamente en la vida cotidiana de las diferentes culturas que poblaban México.

En el noroeste de México, sobre todo en Sonora, el béisbol es un lenguaje común. La práctica generalizada de este deporte ha hecho de esta región del país un semillero de talentos que han descollado en diversos estadios del mundo. De Sonora surgió el primer jugador mexicano en Grandes Ligas y de nuestra entidad surgió el primer lanzador ligamayorista en ganar 20 juegos en una temporada.

Por ello, revisar la historia del béisbol, su desarrollo y organización a través del tiempo, y los sucesos más importantes, se vuelve un apoyo fundamental para conocer la filosofía de este deporte, sus postulados, las normas que lo rigen, y finalmente entender con plenitud la convivencia que se genera en torno a esos elementos que en su sencillez encierran todo un universo de vivencias comunes: la pelota, el bate, el guante...

Volver la vista al pasado no es sólo un recurso para alimentar la nostalgia: también es la llave que nos abre el cofre de las estadísticas, y en el caso de un deporte como el béisbol nos ofrece datos valiosos para reflexionar sobre las conductas de una sociedad en torno a sus actividades y pasatiempos colectivos con el fin de establecer directrices de desarrollo común.

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Recuerdo el libro Historia de las Series Mundiales 1868-1955. No sé si lo conozcan, pues, pero yo he descubierto en él datos maravillosos que se vuelven fundamentales a la hora de pensar en el deporte, en su historia, en su génesis. Desde el concepto de “Serie Mundial”, que a muchos disgusta, hasta cuándo y cómo se jugó por primera vez el beisbol organizado.

Desde la primera vez que leí el primer tomo hasta hoy he ido encontrando cosas nuevas que me han ayudado a comprender no sólo el juego en sí, sino también muchos detalles que no encuentra uno en las crónicas deportivas de los periódicos, que sólo se remiten a hacer la cronología social del marcador final.

Como admirador de los libros, como lector desaforado, como practicante del zapping televisivo, este libro ha abierto otras líneas de investigación en mi corta percepción del beisbol.

Con obras como ésta podemos mantener la esperanza en que nada de lo que nos aguarda en el futuro será sorpresivo: si el tiempo en verdad es cíclico, como sentenciaban los viejos historiadores de la antigüedad clásica, todo volverá a representarse sobre el escenario de la vida, y la historia escribirá, palabra a palabra, el viejo guión de lo nuevo, de lo que se repite cada día, como el río que fluye y que es siempre el mismo y es siempre diferente.

Y de seguro que dentro de dos o tres siglos habrá un nuevo Juan Vené que vendrá de alguna región del mundo a levantar las piedras y retirar el polvo del olvido para rescatar los rostros y los nombres y las señales luminosas que yacen bajo las capas del tiempo.

Y de seguro también que no faltará alguien que lea ese nuevo libro y llegue a una presentación y diga sin más ni más:

Mis más antiguos recuerdos ligados al deporte tienen que ver con el beisbol. Y de eso hace casi 45 años, cuando mi padre me llevaba al viejo y ya desaparecido estadio Revolución, en un Navojoa que para estas alturas sólo existe en mi memoria polvorienta... o algo parecido...

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