Hoy es día de retórica, así que dejemos la filosofía de lado. En palabras del Marro Almada, hoy nomás vamos a estar sentados... sin pensar... ¿Difícil?, mmm, no lo creo...
Según la charla que una tarde sabatina nos ofreciera el licenciado Óscar Holguín, el Polacas©, en la mesa seis del Pluma Blanca Bar, Diógenes fue el sabio cínico más cautivante, al punto que su figura se ha convertido en una leyenda.
“Vivía en un tonel —mencionó el licenciado Holguín salivando como perro pavloviano—, su aspecto era descuidado y su estilo burlón”, dijo como si se estuviera viendo en un espejo. Y antes de empinarse el vasito con los remanentes de cheve y algo así como trocitos gelatinosos de medusas transparentes, agregó: “Era en extremo trasgresor, inclusive Platón llegó a decir de él que era un Sócrates que se había vuelto loco... ustedes saben a lo que me refiero, ¿no”, subrayó guiñándole el ojo a Porfirio La Jacaranda Jiménez, presidenta de su club de fans, biógrafa y mucama del “señor Óscar”, como le llama en público al susodicho personaje.
De acuerdo a lo dicho por el Polacas© la sabatina ocasión, Diógenes nació en Sínope, en la actual Turquía, en el año 413 antes de Cristo, por cuestiones económicas fue desterrado de su ciudad natal, hecho que tomó con cierta ironía: “Ellos me condenan a irme y yo los condeno a quedarse”, dijo el Holguín, “así como yo los condeno a pagar las cahuamas que me bebo”, señaló provocando la risa festiva en el público cautivo, hasta que en verdad nos tocó pagar las cervezas que el licenciado se había tomado con una sed propia de náufrago en busca de su isla.
El caso es que el Polacas© describió el periplo obligado, y a pie, de Diógenes: Esparta, Corinto y Atenas. “Fue en esta última ciudad, frecuentando el gimnasio Cinosargo, que se hizo discípulo de Antístenes —manifestó el Óscar—, y a partir de entonces adoptó la indumentaria, las ideas y el estilo de vida de los cínicos”.
Diógenes vivió en la más absoluta austeridad y criticó sin piedad las instituciones sociales. Su comida era sencilla. Sólo admitía tener lo indispensable. Dormía en la calle o bajo algún pórtico. Mostraba su desprecio por las normas sociales comiendo carne cruda, haciendo sus necesidades fisiológicas y manteniendo relaciones sexuales en la vía pública (cada cosa en su cada momento, puede suponerse, digo yo), y escribiendo a favor del incesto y el canibalismo: o sea, Diógenes era todo un tipo conjugado en gerundio, como se ve y aprecia...
Se burlaba de los hombres cultos —que leían los sufrimientos de Ulises en la Odisea mientras desatendían los propios— y de los sofistas y los teóricos —que se ocupaban de hacer valer la verdad y no de practicarla, como ciertos bultos que ya brillan por su ausencia—.
También, como la Arlyn, menospreciaba las Ciencias (la Geometría, la Astronomía y la Música) que no conducían a la verdadera felicidad, a la autosuficiencia, sino a los cuatros o cincos que a veces aparecen en la boleta, provocando que nos quiten el domingo. ¡Mtamá!
Como vivía en la vía pública, algunos jóvenes solían acercársele para molestarlo. En más de una oportunidad tuvieron que alejarse corriendo porque Diógenes los atacaba a mordiscones, como un perro, presagiando con certeza las aladas palabras de José López Portillo: Defenderé al peso como un perro... y lo demás ya nos lo sabemos de memoria...
Al igual que su maestro Antístenes, Diógenes reconocía que era necesario entrenarse para adquirir la virtud, la impasibilidad y la autarquía. Y, como su maestro, tomaba como modelo a Hércules, quien vivió según sus propios valores.
Se consideraba ciudadano del mundo y sostenía que un cínico se encuentra en cualquier parte como en casa: a la mejor por eso estoy tan agusto donde sea...
Murió en Corinto en el año 327 antes de Cristo. Algunos afirman que se suicidó conteniendo el aliento; otros que falleció por las mordeduras de un perro, y otros que murió como consecuencia de una intoxicación por comer carne de pulpo cruda.
Fuera de lo que el Polacas© nos contara aquella plumablanquesca vez, Diógenes —por su modo de vida austero y la renuncia a todo tipo de comodidades— fue un tipo que también nos legó un concepto psicológico poco estudiado en nuestro entorno: “Síndrome de Diógenes”, que se refiere al aislamiento social, reclusión en el propio hogar y abandono de la higiene como principales pautas de conducta. Las personas que lo sufren, usualmente ancianos, pueden llegar a acumular grandes cantidades de basura en sus domicilios y vivir voluntariamente en condiciones de pobreza extrema.
El anciano que padece el Síndrome de Diógenes suele mostrar una absoluta negligencia en su autocuidado y en la limpieza del hogar. Suelen reunir grandes cantidades de dinero en su casa o en el banco sin tener conciencia de lo que poseen; por el contrario, piensan que su situación es de pobreza extrema, lo que les induce a ahorrar y guardar artículos sin ninguna utilidad.
Es frecuente que almacenen cantidades grandísimas de basura y desperdicios sin ninguna utilidad. Incluso, se han visto casos de personas que atesoraban billetes antiguos sin curso legal, bombonas de butano o latas de pintura vacías; es decir, acumulan cosas inútiles, generalmente sin valor práctico.
Recuerdo ahora la nota periodística generada en Querétaro hace unos cuantos meses y que nos hasta el hastío: El enfrentamiento entre 300 jóvenes registrado en la Plaza de Armas de aquella ciudad, del cual se dice que se desconocen los motivos, pero que tiene un claro matiz de discriminación hacia un grupo de jóvenes conocidos como “Emos”, llamados así por su sensibilidad, emociones vertidas en sus actos y demás parafernalia que rodea a algunos grupos, como la vestimenta, su actitud ante la vida y su manifestación artística, que en el caso particular tiende a ser básicamente calmada y de apariencia triste.
Por supuesto que las autoridades gubernamentales negaron que el enfrentamiento tuviera que ver con la discriminación, pues no podrían argumentar nada a favor.
Como sea, ese tipo de hechos nos demuestran que a veces la vida es un Síndrome de Diógenes, sobre todo entre aquellas personas que deben conducir con tolerancia y apertura a toda una sociedad, pues su bagaje de conocimiento se ha anquilosado en las viejas teorías medievales que no aceptan la existencia de jóvenes (o, en general, de personas haigan sido como haigan sido, o peor: haigan sido como haigan sean...) que se manifiesten de una manera diferente a la propia.
Dicho de otro modo, la Santa Inquisición cabalga de nuevo. Independientemente de Emos, hippies, frikies, metaleros, gruperos, cumbieros, raperos o como sea que se autodenominen los jóvenes, existe una línea de respeto elemental que no debemos transgredir en ningún sentido, ni de allá para acá ni de aquí para allá.
Todos estamos social, moral y éticamente obligados a respetar a los demás para obtener el respeto que solicitamos. De otra manera, de nada sirve acumular información que presuntamente nos vuelve inteligentes.
Sabemos que el conocimiento es la comprensión de la información que se tiene acumulada en el cerebro; sin embargo, acumular información es simplemente saber algo, y si no se comprende dicha información entonces no se conoce realmente.
Así, podemos conocer algo, pero no saber qué hacer con ello, y saber qué hacer con ello es competencia en la acción. Parece complicado pero no lo es si reflexionamos o medimos consecuencias antes de actuar.
En el proceso evolutivo del ser humano, a partir de la información acumulada en su memoria y de su análisis, se originó la capacidad de sintetizar la información pronosticada, que asegura reacciones anticipadas adecuadas. En el nivel social de evolución de la materia, esta propiedad se constituyó en una de las características fundamentales de la vía troncal de la evolución de la vida.
Tanto la conciencia social como la del hombre en particular se han convertido en un centro de acumulación de información que incluye la de objetos cósmicos muy distantes de nuestro planeta.
El cerebro humano permitió que la información regulara la energía; la sociedad humana se ha convertido en un complejísimo sistema informativo cognoscente y transformador. Desde esta visión, se puede considerar que la esencia de todo el proceso troncal de la evolución es manifestar y realizar la función constitutiva de la información tanto en el universo como en nuestro pequeño, mínimo e íntimo entorno, y saber que finalmente somos lo que fuimos: “Origen es destino”, dicen los historiadores, y quien cuestionó el status quo en su juventud, lo cuestionará toda la vida; quien fue manipulador, será manipulador toda la vida, y quien se pasó por el arco del triunfo a los demás desde su más tierna infancia, seguirá haciéndolo toda la vida.
A menos, claro, que tome clases con Antístenes y se vuelva un cínico contra sí mismo, pero… ¿alguien por ahí tiene un tonel…?
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