El 7 de mayo de 1976, presente lo tengo yo, el profesor Ricardo “Guajolote” García nos ofreció, al filo de las once de la mañana, la última clase de nuestra educación media superior en
El caso es que aquel 7 de mayo, el Guajolote simplemente terminó nuestra educación preparatoria con una frase similar a aquella que utilizara Jacobo Zabludowski al despedirse el lunes 19 de enero de 1998, después de veintisiete años de haber sido el vocero no oficial del presidente en turno en México: “Hoy termina 24 Horas. Gracias. Buenas noches”. Y después se fue a gozar de las prebendas que el sistema le otorga a todos los jilguerillos del micrófono que venden su alma al diablo del chayotazo. Mjú.
Nada de una frase memorable como la de Fray Luis de León al regresar a dar su clase a
Y sí, como buenos inútiles, nos fuimos a la jerga con un escándalo maravilloso, como si nos hubiera mandado a recoger billetes de cien pesos a
En fin, todo este introito fue para mencionar que terminada la preparatoria, cada inútil tomó por los caminos que dios nos había escogido en su infinita sabiduría, aunque en mi caso, como mencioné líneas atrás, a dios como que se le chispoteó el experimento y en lugar de hacerme de esas personas que tienden a subir, me hizo de aquellas que suben a tender, y ni modo de alegarle al ampayer. Así que vine a dar con todos mis huesitos a Hermosillo, directito a
Lo bueno del asunto fue que
El caso es que con el impulso preparatoriano que traía este cronista hoy perrunamente instalado en la orilla de acá de la andropausia, y con la pasión efervescente que me brotó al gozar de la total libertad universitaria (ya lo señala aquel célebre hai-kú: “Tendidos en el zacate/ los muchachos en
Yo nomás puse cara de What? y después me alejé por los caminos del sur, al país de mi niñez donde uno y uno sumaban tres, diría Joaquín Sabina.
Si supieran cuánto y cómo lloré por
Ahora sé, gracias al libro “Química en Microescala”, de las maestras Oralia Orduño Fragoza y María Guadalupe Cáñez Carrasco, que el principio de Le Chatelier establece que si en un sistema en equilibrio se modifican algunos de los factores que influyen en el equilibrio, el sistema se ajustará a un nuevo estado de equilibrio tal que se compense parcialmente el cambio en las condiciones. O sea, algo así como lo que me pasó con
No sé a cuántos representantes del ala varonil de mediados de los setentas les impusieron algunas estudiantes de Ciencias Químicas la condición del franchute principio a cambio de la orgánica prueba de amor, pero sí estoy seguro que de haber tenido entonces “Química en Microescala” en sus manos, algunas parejas hubieran llegado al altar, con hijos y todo, a jurarse amor eterno al estilo Le Chatelier. Os lo juro por ésta, bohemios.
Ahora sé también que si por ahí me encontrara a
Y menos cuando uno ha encontrado la luz que acarrea el balance justo en esa ecuación química de pareja, donde cada coeficiente estequiométrico indica el número de átomos y demás elementos presentes en la equidad o emparejamiento, impidiendo así que se presenten reactivos limitantes que provocan la ausencia de nuevo producto pasional: o sea, nada de aquellito...
¡Caramba y samba la cosa, qué vivan las ciencias químicas!
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